Según la Organización Mundial de la Salud, el bienestar es el estado en el que “una persona puede realizar sus propias habilidades y puede hacer frente a factores que pueden perturbarla”. Es un concepto holístico que integra varios aspectos del ser humano.
Ahora bien, me gusta hablar de buen funcionamiento psicofísico, y este concepto es integral. Involucra aspectos bio psico sociales. El bienestar se relaciona además con un concepto poco publicitado.
Sentirme bien tiene que ver con brindarme el espacio y el tiempo necesarios para estar como estoy. Así, sin más, “para estar como estoy” es dar espacio a mis emociones. Dejarme estar como estoy. Se trata de estar con uno mismo de manera atenta y sin juzgarme. Así, si la emoción que predomina es la tristeza, el bienestar va a consistir en registrar y abrazar esa emoción, en acompasarla y acompañarla, de esa manera se convertirá en un estado pasajero y no en un estado anímico más duradero y persistente. Si me resisto a lo que aparece en mi mundo interno, este estado se perpetúa por más tiempo.
La clave está en frenar, observarme, y abrazar la emoción que aparezca sin quedarme apegado a ella. Transitarla. Gestionarla. Y darle paso. Viene, me informa, y se va… así, sin más. Puede ayudar preguntarme “¿cómo estoy en este momento?”, “¿qué puedo hacer para sentirme mejor?”, “ ¿qué quiero, qué deseo, qué necesito?”.
Lo que ocurre es que muchas veces pensamos que si nos entregamos a esa emoción que aparece (por ejemplo si estoy triste) voy a caer en una depresión, o si comienzo a llorar, luego no podré parar de hacerlo. Esto es algo que se escucha mucho en consulta. Entonces se niegan, se reprimen, se forman los tan conocidos “nudos en la garganta”, con los cuales solemos convivir mucho tiempo.
A veces ocurre que no encuentro la razón para sentirme de tal o cual manera. Al no saber por qué me siento así, y querer racionalizar, reprimo u obstruyo esa emoción que surge, no la valido. Al no poder justificar su presencia, la anulo.
Otras veces suelo juzgarme. Es decir “no debería sentirme así, no está bien que me sienta de esta forma, las personas malas se sienten de esta manera, yo no soy así” (identificando el ser con el estar de tal o cual manera). Olvidando que las emociones no son buenas ni malas, sino simplemente emociones. Son un lenguaje corporal que nos informa acerca de nuestro estar en el mundo.
Cuando soy capaz de reconocer y acoger lo que estoy sintiendo, esa emoción me informa lo que necesito aprender de ella y luego sigue su curso. Y es allí donde hay una gran puerta al bienestar. Permitir que mis emociones se manifiesten, fluyan.
La clave está en no apegarme a ninguna de ellas, y tener presente su carácter pasajero y transitorio. Cuando me apego a esa emoción puede convertirse en un estado de ánimo más duradero, que me va a dificultar el reconocimiento de otras emociones y por ende mi flexibilidad para adaptarme a lo que sea que esté viviendo.
Así como el pensamiento es el lenguaje de la mente, las emociones son el lenguaje del cuerpo. Son informantes de mi adaptación al mundo.
“Las emociones son a la vida lo que las señales son al camino”.