Edison Cavani es un póster. O un fondo de pantalla de celular, si se piensa en los hinchas de estos tiempos. Ese lugar sólo para los monstruos. Los jugadores que venden camisetas por talento más que por marketing. Como los hinchas que ya pasaron los 50 años colgaban la foto del futbolista admirado con cinta scotch en la puerta, o en la pared; los de ahora se compran la remera con el apellido. Con ese halo estelar llegó el uruguayo, con presentación pomposa, número 10 después del retiro de Carlitos Tevez, y la sentencia de Riquelme. «Estamos orgullosos de que use nuestra camiseta el mejor extranjero de todos los tiempos del fútbol argentino«, declaró Román, siempre riguroso con el talento de los otros. A su lado, esa noche vibrante en La Boca, estaba el Manteca Martínez, su delantero inspirador. «Me gustaría colgarme del alambrado de la Bombonera como hacía el Manteca Martínez», le había dicho Cavani hace varios años a Sebastián Domínguez, el ex jugador de Vélez y Newell´s que en esa época había hecho una gira de entrevistas por Europa.
En esa competencia que planteó JR podía ponerse a Enzo Francescoli, Ruben Paz, Antonio Alzamendi y otros talentosos. Podía también competirle David Trezeguet, campeón del mundo con Francia a los 20 años de la mano de Zidane, aunque se lo toma como nuestro por su aparición en Platense. O sea, ese contexto de goles por el mundo, de grandes apellidos y un escudo enorme pertenecían a la llegada del Matador. Aunque inicialmente le costó.
Más allá del gol contra Palmeiras en Brasil, por la semi de la Copa; o de llegar a la final de la Libertadores contra el Fluminense; al crack no se le agrandó el arco al llegar a la Argentina. Todo lo contrario. De hecho, después de ese partido en el Maracaná se debatió hasta el hartazgo por esa jugada en la que Barco le pasó la pelota y Cavani, en vez de perfilarse él para patear, descargó para llegada de Merentiel. Pasaban los partidos, Cavani ganaba ansiedad y perdía confianza. A veces la pelota no entraba por un offside impiadoso, como con River en la Bombonera, después de una tijera genial. Otras, podía fallar a repetición, con alguna jugada de meme mal intencionado, como ante Sarmiento. Jamás había pasado una mala racha así. Hasta que Cavani desbloqueó ese nivel y se transformó en el gran refuerzo que Boca fue a buscar.
“Es mentira que se abre el arco. En realidad, los delanteros somos los que lo hacemos que se abra cuando seguimos trabajando. Cuando somos constantes en lo que hacemos. Sabemos que la única receta es trabajar, trabajar y trabajar. No perder confianza. Es como aquella gente que espera que le caiga algo del cielo. No, si no lo salís a buscar las cosas, no llegan”, explicó con sencillez y fue un escalón superior en una declaración post partido. Así, después de dos goles más a Central Norte por la Copa Argentina, el delantero de 37 años bajó línea, marcó un ejemplo. Igual que en el día a día en Boca.
Porque si bien desde afuera más de uno miró con desconfianza, y recordó lo difícil que puede ser adaptarse al fútbol argentino independientemente del apellido que lleves, Cavani siguió ensayando, insistiendo, liderando con el ejemplo. Hasta que el 3 de marzo, hace sólo un par de semanas, pudo romper el maleficio contra Belgrano. Antes, los números eran impropios de su talento. Comparado con otros delanteros de equipos top como Borja; con compañeros en Boca que jugaban en otra posición; pero fundamentalmente por la carrera de Edison, que pasó por Manchester United, PSG, Napoli, Valencia y siempre la selección de Uruguay.
¡¡HABILITADO!! ¡¡GOLAZO TOP DE CAVANI EN UNA BOMBONERA COLMADA PARA DAR VUELTA EL PARTIDO!!
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— SportsCenter (@SC_ESPN) March 3, 2024
Esa noche en la Bombonera la clave fue el penal que pateó, uno de los más pesados de su enorme carrera por todo lo que arrastraba a nivel personal. Lo aseguró, fuerte, como se hace cuando no hay nada que regalar. Después, ya liberado de tensiones, aun para un Cavani que hizo goles en todos lados, definió otra jugada con clase y empujó otra pelota para llevársela a su casa. Entonces fue, se apoyó en el césped sobre su pierna izquierda, hizo el movimiento hacia atrás para sacar la flecha del arco imaginario y disparó su alegría a los hinchas.
Tanto había padecido -aunque no lo confesara del todo- que su esposa festejaba emocionada desde un palco de la cancha. «Salí del momento que pasamos los delanteros. Se sale con trabajo y dedicación. Ya son muchos años con la pelota, me quedo feliz», había dicho también esa primera noche de alegría plena. Contó con la ayuda de Riquelme, que jamás dejó ver un gramo de duda en su esperada contratación. Y con la buena gestión de Diego Martínez, que lo sostuvo aunque algún otro jugador pudiera hacerlo dudar con su actualidad. Así otra vez Cavani volvió a ser el póster de la puerta, de la pared. O a estar en la pantalla del teléfono de los hinchas de Boca. Una estrella que la remó para abrir el arco…