Su postal es lisa y llanamente impactante. Es más, el faro Les Eclaireurs es mucho más que un objeto en el medio de la inmensidad, con los años, se convirtió en un emblema para representar al paisaje del fin del mundo. Hoy, cumple 105 años.
Su nombre tiene que ver con los primeros capitanes franceses, “les eclaireurs” (los exploradores). Testigo de tempestades, naufragios, olas y nevadas enloquecidas, y base de operaciones de miles y miles de pingüinos, el faro se convirtió con los años y el devenir de la industria del turismo en un ícono de la provincia de Tierra del Fuego, uno de las construcciones humanas más fotógenicas de la isla.
Comenzó a construirse hace 105 años, el 23 de enero de 1919, después de una expedición de relevamiento marítimo a cargo del ARA Vicente Fidel López de la Armada.
El faro es de piedra, tiene 11 metros de alto y tres de diámetro, está pintado con dos franjas de rojo y una, en el centro, de blanco, y su linterna está emplazada a 22,5 metros sobre el nivel del mar. Emite luz de color blanco y rojo, en intervalos de cinco segundos. Y la luminiscencia se puede ver con el ojo humano hasta desde 7,2 millas náuticas (13,3 kilómetros).
En otra época había una persona que lo manejaba. Actualmente funciona de manera automática y la energía para su actividad se consigue gracias a un grupo de paneles solares. Por su ubicación, es uno de los faros más famosos del mundo. Aunque está prohibido desembarcar en el islote, habitualmente territorio exclusivo de animales y aves marinas, ese pequeño fragmento de roca sirvió para salvar vidas en enero de 1930, apenas 10 años después de su inauguración. Fue durante el naufragio del buque Monte Cervantes.
Cabe recordar que el Faro del Fin del Mundo estuvo abandonado y en ruinas durante casi un siglo, hasta que en 1998 un grupo de franceses decidió restaurarlo. En la actualidad, sigue siendo un símbolo de uno de los paisajes australes más imponentes del mundo.