La travesía estaba planeada hace varios años. El ingeniero Alejandro Dutto, nacido en Venado Tuerto, decidió explorar los rincones del océano en Bikini, una isla remota que se quedó en el tiempo debido a varias pruebas atómicas que realizó el gobierno de Estados Unidos entre las décadas del 40’ y 50’. Estuvo 11 días embarcado.
Aunque ya había hecho inmersiones similares en la costa oeste de Estados Unidos, Canadá, el Mar Rojo, Hawaii, Panamá, Bonaire, Barbados, Las Islas Vírgenes, Brasil y Argentina, entre otros lugares, aseguró que el hito que experimentó en Bikini “es único e inigualable”.
“Al llegar a Bikini me sentí realmente aislado del mundo ya que la civilización más cercana está a 30 horas”, remarcó Alejandro, quien desde que se instaló en La Florida puso más el foco en la exploración de naufragios.
Durante 12 años, en las décadas de 1940 y 1950, Estados Unidos utilizó sus aguas del Océano Pacífico y las de un país vecino para medir el poder de sus armas nucleares en plena Guerra Fría. En total, llevó a cabo 23 explosiones. La más destructiva fue la bomba atómica que arrojó el 1 de marzo de 1954 en el Atolón Bikini, perteneciente a las Islas Marshall. La fuerza utilizada fue 7.000 veces superior a la de Hiroshima (la primera utilizada durante la Segunda Guerra Mundial) y dejó niveles de radiación más altos que en Chernóbil y Fukushima.
Antes de zambullirse en el océano, caminó por la playa para tener registros fílmicos. El paisaje era imponente: arena blanca, aguas azules transparentes y playas adornadas por esbeltos cocoteros. “No hay nada de nada. Permanecer en ese lugar más de tres semanas es peligrosísimo. Hasta los cocos están radiactivos”, explicó.
Hoy, las aguas que rodean al atolón están llenas de restos de embarcaciones, incluyendo el portaaviones USS Saratoga y el HIJMS Nagato, desde donde el Almirante Yamamoto dio la orden de atacar Pearl Harbour. Todos ellos yacen en el lecho marino a una profundidad media de 55 metros, fuera del alcance del buceo recreativo.
Descender hasta el Saratoga fue una experiencia surrealista: los tonos de marrón oxidado contrastan contra el fondo azul del océano. Mientras algunos recorrían el estribor en la cubierta de vuelo, otros bajaban hasta la parte más profunda del casco para tomar fotos y hacer filmaciones de la cubierta y los cañones. La biodiversidad coralina que se formó sobre estos últimos les resultó sorprendente. “La vida acuática floreció muchísimo, pero también me llamó la atención la cantidad de tiburones que había”, admitió.
El buceo fue suspendido en 2008 luego de un derrame de petróleo y las actividades se reanudaron 10 años después. Pocos se atrevieron a sumergirse a este lugar misterioso y peligroso a la vez, el argentino Alejandro Dutto fue uno de ellos y su aventura quedó inmortalizada en imágenes.