Cuando tenía 59 años de edad, poco antes de cumplir los 60, Rand Laycock, un director de orquesta de Olmsted Falls, Ohio, Estados Unidos, recibió el diagnóstico menos esperado: le detectaron la enfermedad de Parkinson.
El protagonista de esta emocionante historia comenzó con un leve tirón en el pulgar que posteriormente fue evolucionando hacia temblores persistentes, especialmente en la mano derecha. Sí, algo incompatible con su trabajo.
«Cuando me diagnosticaron, mi médico me dijo que no era una sentencia de muerte y que habría avances en los próximos años para facilitar mi tratamiento», exteriorizó Laycock, quien actualmente tiene 70 años de edad.
Tal como se imaginaba, durante los años siguientes, los síntomas se acentuaron y terminaron incapacitando cada vez más a Laycock. De hecho, sus temblores crecían en momentos de exigencia emocional, algo lapidario para su trabajo.
En primera instancia, la terapia farmacológica no logró ofrecer el control que él necesitaba. Inclusive, la discinesia, los temblores y las demás manifestaciones motoras continuaron creciendo y se volvieron contundentes.
Finalmente, en la Clínica Cleveland, Laycock comenzó a protagonizar el procedimiento de estimulación cerebral profunda, conocido como DBS. Se trata de una intervención quirúrgica mediante la cual se implantan electrodos en zonas específicas del cerebro, las cuales se vuelven responsables del control del movimiento.
Dichos electrodos se conectan a una batería que actúa como un marcapasos cerebral y que emite impulsos eléctricos para modular las señales neuronales anómalas provocadas por el propio Parkinson.
«Primero probamos diferentes configuraciones. Luego las ajustamos durante las visitas de seguimiento a medida que sabíamos más sobre cómo se controlaban sus síntomas», señaló la programadora Erica Hennings.
¿El resultado? Mejor de lo que se imaginaba. Laycock pudo volver a trabajar como director de orquesta y aseguró que temblor desapareció casi por completo: «Excepto si sufro de ansiedad o estrés extremos».