Ariel Ernesto Rivero desembarcó en las Islas Malvinas el 5 de abril de 1982, poco después del comienzo de la guerra. Y, como sucedió con todos los combatientes, eso se tradujo en un antes y un después en su vida.
«Cuando llegué, vi que el terreno era duro. El sonido de la noche era terrible: se escuchaban las explosiones de la artillería naval británica, que eran algo que no se puede explicar. Te atraviesan. El miedo siempre estaba presente», recordó.
Sí, 43 años después de la Guerra de Malvinas y en el marco de un nuevo aniversario, el protagonista de esta historia le brindó declaraciones a Infobae y abrió su corazón, recordando lo sucedido y compartiendo los detalles de su realidad actual.
Sucede que, hace 25 años, Rivero empezó a reunir objetivos de la guerra con la misión de exhibirlos. Así fue como, poco a poco, fue creando un museo itinerante para concientizar y, fundamentalmente, para «malvinizar».
La idea de Rivero es relatar, a partir de dichos objetivos, lo que sucedió en la Guerra de Malvinas. De esa manera, se encarga de homenajear a todos y cada uno de los combatientes: los que sobrevivieron y los que no.
Ariel brinda charlas para estudiantes de los últimos años de las escuelas primarias, pero también para los integrantes de los colegios secundarios. Mientras tanto, se sincera: «No volví a Malvinas. No necesito hacerlo».
«Arranqué con mi casco, un M1; una palita de campaña, una olla de 50 litros. Tengo muchísimas cosas que me donó gente de la Armada, de buzos tácticos, de la Infantería de Marina, a donde yo pertenecía. Incluso también algunas cosas del Ejército», profundizó.
Y, por último, indicó: «Acondicioné la parte de abajo de mi edificio. Había quedado armado para que las personas que deseaban visitarlo pudieran ir. Inclusive estaba pensado para los chicos de las escuelas. Ahora, lo tengo en mi casa, en un espacio que armé y cuando me llaman para mostrarlo, lo llevo».