Menotti convirtió su apellido en una forma de pensar el juego. El menottismo es una corriente que tiene que ver con el fútbol de los jugadores, un legado que cuida al espectáculo, que gambetea a la trampa. Hasta es una forma de vivir, partiendo de una de sus tantas frases patentadas para la historia. Es más que un equipo, aunque esos equipos puedan ser el Huracán del 73, la Argentina del 78, el Juvenil del 79, el Barcelona de Maradona, o algún Boca, River, o Independiente que ha dirigido. El Flaco es el refundador de la Selección, el que la organizó a mediados de los 70, cuando incomodaban las convocatorias porque se perdía tiempo y prestigio. El provocó que fuera prioridad y defendió una manera de competir, el relanzamiento de la nuestra, como él decía y todos concebían más allá de las disputas, de la grieta con Bilardo cuando levantó la Copa del Mundo y de los bandos que mataban por ellos.
Fue el cigarrillo desintegrándose en las largas sobremesas para discutir sobre la pelota, el discurso cuidado y cuidadoso de los futbolistas, a quien siempre puso por encima de los entrenadores. Aun cuando él se hizo un técnico buscado por los poderosos de Europa. César también fue tango y el discurso hipnótico, capaz de convencer a casi todos con conceptos que mezclaban un defensor y un volante con una orquesta. Fiel luchador de las formas para llegar al resultado, soldado combativo del discurso marketinero del ganar como sea, se fue uno de los imprescindibles en un mundo con pocos imprescindibles. Existe y existirá su manual de estilo. Si un artista perdura gracias a su obra, Menotti fue un artista de la pelota. Inspirador que una parte enorme del fútbol argentino, fue también uno de los personajes más respetados por Guardiola, el mejor del mundo en su banco. Pep viajó cuatro veces a la Argentina para escucharlo a él.
Lo recordaremos siempre, maestro.
— Selección Argentina ⭐⭐⭐ (@Argentina) May 6, 2024
«El equipo de fútbol, antes que nada, es una idea, como una orquesta. Y además de una idea, es un compromiso. Las convicciones que debe transmitir un entrenador para defender esa idea». «Las pequeñas sociedades hacen grandes equipos». «El fútbol son nombres propios. No se puede hablar de fútbol sin nombres». «El inodoro en el baño y la cama en el dormitorio, no hay que desnaturalizar a los jugadores». «El fútbol es un estado de ánimo». Hay cientos de frases de Menotti, un entrenador descomunal, de los que creen que la función primordial de los entrenadores es mejorar a sus futbolistas. No sólo sedujo con sus equipos sino con sus frases. Un orador descomunal, pese a que con los años y la grieta se lo trató de minimizar. Con ese cara a cara descalificador, una vez que se subió al ring la pelea con Bilardo, se lo acusó de lírico por defender las formas; o directamente de violinista, porque pareció que sólo trabajaban eran los representantes de la otra corriente. El, rebelde también como jefe de una tropa, también miró con cierto desgano las formas de algunos otros. Siempre ponderó sus ideas, su manera de conducir, su tiempo para vivir y hasta los artistas que podía consumir por encima de los pragmáticos. Todo era más armonioso y menos peleador cuando sus equipos salían a jugar.
El Flaco fue el entrenador más ponderado por Diego, aunque él maradonió también a lo largo de su relación, que los tuvo juntos en Barcelona, y fue la bandera de Bilardo con México 86. El emblema del Flaco en el 78, justamente, fue Passarella, el Gran Capitán antes de detonarse con Maradona. En ese Mundial fue un error no llevar a Diego, aunque era un chico y en su rol estaban Kempes y el Beto Alonso. Sus jugadores igual siempre dieron todo por el Flaco. Era escucharlo y salir extasiados de confianza por su verba futbolera. Ganar o gustar fue una disputa vacía pero repetida en los últimos 50 años de discusión en el fútbol argentino. Menotti siempre quiso ganar, como cualquier entrenador profesional. Pero hasta se llegó a ubicar como una contradicción cuando declaró que como hincha de Central podía disfrutar de llevarse los 3 puntos después de jugar mal o con un gol con la mano. El cuidó siempre el pase al compañero, vio como un jugador vulgar a quien reventaba la pelota a la tribuna, pero defendía la idea de que saber jugar era sacarla de puntín afuera cuando faltaban un par de minutos y la pelota estaba picando en el área. Fue bueno como jugador, cuentan que tenía un andar pachorriento pero un tiro mortal de media distancia, aunque su carrera en el banco de suplentes dejó en segundo plano al volante de Central, Racing, Boca y el Santos de Pelé.
Tan preponderante fue Menotti que es de los pocos que pueden declarar que Pelé fue el mejor de todos los tiempos y no generar cancelación. O que el propio Diego respete su opinión. El Flaco es esa discusión de fútbol bien jugado, la foto arriba icónica arriba de la pelota hablando con Maradona. Es parte de esos nombres propios que siempre aplaudió. Es Brindisi, Babington y Houseman. Es Kempes, Passarella y Fillol. Es Maradona y Ramón Díaz. Es el Bichi Borghi en River. Es Tapia y Rinaldi en Boca. Es Milito y Cambiasso en Independiente. Son los talentos del Mundial 82, la Selección campeona del mundo reforzada con ellos que increíblemente chocó en España. Allí llevó a Valdano, uno de sus grandes amplificadores conceptuales aunque tocó el cielo con Bilardo en México 86. “Cesar Luis Menotti fue un maestro que persiguió sus sueños hasta el último día. Incluso en estos tiempos en que a este don Quijote de la cancha no le quedaban ni molinos contra los que pelear, porque el fútbol argentino perdió el culto al estilo que le caracterizó durante mucho tiempo. Lo que no perdió es el espesor cultural, como demostró la Selección Argentina campeona en Qatar, última alegría que habrá enorgullecido a Menotti con todo derecho», escribió. «Defendía al jugador diferente, enseñaba el oficio y hasta una visión moral de la cosa. Me gusta pensar que Menotti dignificó con sus ideas lo que Maradona defendió con la pierna izquierda«. Sólo queda decir gracias por el juego, Flaco.