Cerca de cumplir su centenario de vida, se sabe que el Instituto Rosell es el establecimiento que trabaja por excelencia en la inclusión educativa, deportiva y social de las personas con discapacidad visual. Situado en Beccar, San Isidro es el único asilo para ciegos gratuito de la provincia de Buenos Aires. Por eso, el taller gastronómico del Instituto es todo un orgullo para la comunidad. Mediante cursos que duran entre tres y seis años, preparan a sus alumnos para lograr independencia al momentos de hacerse la comida y también los convierte en emprendedores gastronómicos en un futuro no muy lejano.
El taller de cocina del Román Rosell forma cocineros que no tienen nada que envidiarle a las Instituciones de elite. Los estudiantes ingresan con distintos objetivos personales y niveles de conocimiento. Actualmente, el taller tiene unos 130 alumnos y suma 80 egresados, la mayoría con emprendimientos de viandas a domicilio, pizzas y pastelería, entre otras variantes. “El primer objetivo es que sepan cocinar para ellos mismos, que puedan comer lo que les guste y no tengan que depender de lo que alguien más les prepare”, soltó Maximiliano Calvo, coordinador y uno de los profesores que está a cargo desde el 2008 del sector y quien realmente le dio jerarquía de escuela de cocina. “Desde un principio quería hacer algo más, buscaba ser parte de un espacio que ayude a las personas con ceguera y permita romper muchos de los prejuicios que tiene la sociedad sobre esta comunidad”, describió emocionado Maxi, como lo conocen todos.
“Somos conscientes de la discapacidad, pero nunca desde la lástima, porque desde ese lugar no se puede enseñar ni aprender”, inculca Maxi, quien tiene su espacio medido al detalle. Amplio, luminoso y con cada elemento en un lugar determinado para que los alumnos puedan memorizar la ubicación de las herramientas de trabajo. Para las personas ciegas es necesario mantener el orden de los elementos para encontrarlas rápido a la hora de trabajar. Algunos elementos cuentan con etiquetas en braille o alguna marca distintiva al tacto. Es decir, mientras la sal gruesa y la sal fina se las puede diferenciar por el sonido al agitarlas, la pimienta blanca necesita un diferenciador extra.
En Argentina hay alrededor de 900 mil personas con discapacidad visual, según el Estudio Nacional sobre el Perfil de las Personas con Discapacidad. Sobre esta población existe una gran cantidad de prejuicios. Y Fabiana Torales lo sabe muy bien. “Me volví autónoma después de intentar buscar trabajo en el rubro gastronómico y que me miraran mal por ser ciega. No tuve intención de insistir de más porque fue un empujón para emprender por mi cuenta”, contó Fabiana, de 53 años, quien comenzó a estudiar en este curso en 2017 y egresó a fines de 2019, cuando todavía conservaba algo de su visión. “Al quedar ciega, cocinar requirió un proceso totalmente distinto. Por ejemplo, tengo que poner la mano cerca de la hornalla para saber si está prendida. Al principio fue muy angustiante, no quería quedarme como un cactus en mi casa», sintetizó la flamante gastronómica quien encontró en la cocina un sustento económico para viajar, visitar a familiares en otras provincias e irse de vacaciones.