“Lo que necesitamos es una subversión. No una rebelión visible a los ojos, sino una subversión de los valores”. En su primera arenga, Gyuok despierta a sus compañeros de trabajo (literalmente: una de ellos había entrado en el letargo de la tardecita hasta que escuchó la palabra “subversión”). La idea de una revolución silenciosa avispa a Jihye, la pasante de las Academias Diamant, donde sus tareas se limitan a servir café, sacar fotocopias y aguantar las estupideces de sus jefes. En Contraataque a los 30, la novela de la escritora coreana Won-pyung Sohn recién publicada acá, la antiheroína se pregunta si tiene algún sentido dedicar su tiempo a los ajustes de cuentas y si debe seguir el motín silencioso de Gyuok, un doble pacifista, y con la contextura de un oso, del protagonista de V de Vendetta.
Una cruza entre El diablo viste a la moda y The Office para fanáticos de Parásitos y El juego del calamar: así fue definida esta novela de la autora de Almendra, un bestseller global que ayudó a fortalecer el poder de fuego del soft power coreano. “Obviamente no quiero enterrarme aquí, es sólo una parada en el camino”, se dije Jihye, una treintañera que no tiene nada de extraordinario ya desde el nombre, uno de los más comunes de Corea, y que se siente presa de un trabajo ingrato. Ella está mandatada por las ideas del movimiento continuo y el progreso constante, el ethos de un país que pasó de ser uno de los más pobres de Asia a una potencia tecnológica en apenas unas décadas (también, el que tiene mayor carga laboral y récord de suicidios). Con el aparente candor de El diario de Bridget Jones, la novela de Won-pyung plantea lo improbable. ¿Qué pasaría si alguien se le planta al sistema? Sometida por sus jefes y azuzada por su compañero Gyuok, la pasante Jihye empieza a pensar de manera revulsiva: “Creo que la gente debería trabajar con moderación. Para ser más exactos, de acuerdo con el lugar que ocupan. Es decir, según las horas y el salario”.
Así, los que cobran el mínimo deberían trabajar… el mínimo. Sacrilegio en la época del ultracapitalismo: el lector inadvertido podrá pensar que está frente a una novelita de iniciación (también lo es) pero en realidad es una pequeña fábula sobre la justicia social. En este Contraataque a los 30, la revolución posible toma la forma de una estudiantina: pintadas en las paredes, lanzamientos de huevos, denuncias anónimas… “Vamos a comprobar si alguien que no conoce la vergüenza puede aprender realmente a sentirla”, propone Gyuok a sus compañeros. En cada peregrinar a la máquina de café del pasillo, ese momento de redención en el sinsentido cotidiano de un laburo de oficina, los rebeldes piensan nuevas maneras de señalar algo que está mal para cambiar el mundo, “aunque sólo fuera un poquito”. La revolución será cafeinizada.
¿Y el café?
“Gong Yun amaba el café. Decía que si no lo tenía listo, no podía concentrarse en dar clase”. En su novela sobre el mundo del trabajo, Won-pyung destaca el papel del café como combustible intelectual y el lugar que la infusión ocupa en Corea, un país asiático desvelado por parecerse a Occidente: “El café que le gustaba especialmente era un americano caliente con tres shots de espresso y que debían servir en su termo personal”. Potencia en la cultura popular, donde sus series, discos y películas tienen millones de fans en todo el mundo, Corea también se abre paso a los codazos en la cafeología: si Italia exportó el espresso y España el cortado, el café Dalgona, un rejunte de café instantáneo, azúcar, agua caliente, leche y algo de hielo, es su legado para las cartas de café.