¿Puede ser tan pelotudo un hombre grande? ¿Tan pero tan pelotudo puede ser? La pregunta retórica es una de las tantas con las que se topa el antihéroe de Salo solo, un hombre previsiblemente llamado Salo (Salomón, en realidad) que busca compañía. A los 76 años, el dramaturgo genial Mauricio Kartun debuta como novelista y escribe un libro de esos que hacen bien, la fábula impar de un sesentón viudo que quiere conocer mujeres y al que un nuevo psiquiatra le retacea la receta de Rivotril y le prescribe: “Circule, Salomón, circule”. Es la única manera de salir de ese círculo del infierno plagado de desvelos y ansiolíticos. Solo, inseguro y “menudito”, como se describe en Tinder, Salo enciende su sirena y se convierte en patrullero del amor.
Antiguo vendedor de cueros en Once, Salo se dice: “Soy de la temporada pasada, no tengo salida, voy derecho a liquidación”. Pero sale Salo y se va encontrando con un reparto de señoras taimadas o enamoradizas, a las que él congracia convirtiéndose en el feto gigante de una marcha antiaborto o jugándose la ciática como pareja de baile. Si una de las premisas de la progresión dramática es que el personaje se transforme, el maestro Kartun dota a Salo de una humanidad en movimiento: empieza siendo uno y termina otro, sin traicionarse a sí mismo. Por su vida solitaria y sedentaria pasan cantidades de personas nuevas justo en la etapa de la vida en que se cree que ya no habrá novedad: de haber moraleja, esa sería cuán valioso es salir al encuentro de los otros.
“Esa adicción insaciable del chistoso”, se recrimina Salo, que no puede parar de meter un chiste atrás de otro hasta que descubre que el gracioso tiene menos probabilidades amatorias que el sensiblón (“¿Quieres garchar? Haz emocionar. Al gracioso se lo estima, pero no la pone nunca”). Plagada de aliteraciones y juegos de palabras, la novela tiene el humor de una literatura cómica que ya no se escribe (¡lean a Saki!) y, aunque nunca llega al descontrol por desopilancia, provoca el efecto de una risa más aguantadora que una carcajada. El patetismo del hombre se expone un centímetro antes de alcanzar la crueldad y en esa mirada implacable, pero al fin piadosa, radica la genialidad de Kartun, autor de tantas obras de teatro (Chau Misterix, Terrenal, La vis cómica) que lo consagran como un entomólogo de la especie.
¡Las cosas que hay que ponerse a confesar por una recetita miserable de Rivotril! En su derrotero, Salo irá de la clase de teatro al campeonato de swing, del comité político al torneo de burako, y en estos quince capítulos la novela de su vida adquiere el tono episódico de un folletín: se publicó por entregas en el muro de Facebook del autor. Y si digo “muro”, y ya suena una antigualla, el libro está plagado de esas hermosas palabras y expresiones que cayeron en desuso, como “farabute” y “farrista” y “filibustero” o “cuestión de faldas”, que no se usa mucho decir ahora, por cuestiones que exceden la gramática.
¿Y el café?
“En una vereda tenebrosa de Villa Crespo, allí donde la vieja Canning se topa con Warnes…”: Salomón es un ciudadano mayor que se resiste a la colonización imperial de Palermo y que llama a las calles con el nombre con que las conoció (sobre Teniente General Cangallo no se pronuncia). Entonces, en la avenida Canning, ahí donde Palermo es Viejo nomás, se conserva la esquina de Varela Valerita: tras las puertas vaivén de madera y las persianas rojas, una trinchera de la tradición barrial aunque el café no es gran cosa, como en cualquier bar de viejos.