Es inevitable: aunque algunos todavía tengamos en la boca el retrogusto del muy piamontés vitel toné (en mi caso, de los duraznos con roquefort que prepara mi vieja cada Nochebuena; no pregunten: es una tradición familiar), es inevitable, repito, rendirnos ante la evidencia: llegamos a mitad de año. Partido en mitades asimétricas, el mismo resultado que ofrece cualquier unidad compuesta por una cifra impar, la primera parte tiene el mes más corto y la segunda, el día más largo. ¿Una evidencia del fallido de toda invención humana? Si no existen las mitades iguales, en esta pequeña saga de libros que hacen bien retomo la lectura de El vizconde demediado, de Italo Calvino, acaso una promesa de esperanza para el optimista irreductible que descree de la máxima de Hollywood: a veces, las segundas partes son buenas.
“De la cabeza quedaban un ojo, una oreja, una mejilla, media nariz, media boca, media barbilla y media frente”: escrito en 1952, el libro narra la historia singular del señor Medardo, vizconde de Terralba y tío del narrador que en el siglo XVII, en plena guerra de los bohemios contra los turcos, es alcanzado por una bala de cañón y su cuerpo… se parte al medio. La cosa es que las dos mitades siguen viviendo por el valle y al pasear entre los perales, por ejemplo, todas las frutas que aún cuelgan de los árboles aparecen cortadas. Aunque siempre se espera de una tragedia que ofrezca alguna parábola redentora (“de la pandemia saldremos mejores”), el vizconde demediado se vuelve el doble de mezquino: al tener que pagar por un servicio prestado, el laburante se queja de que la suma entregada es mucho menor que lo acordado y él, con toda su lógica, responde: “La mitad”.
Ahora hay dos vizcondes en Terralba: tan irreconciliables que a uno le dicen Doliente, porque vive en el castillo y goza al provocar daño a los demás, y al otro le dicen Bueno, porque vive en el bosque y es un prodigio de altruismo. El destino, o la vocación didáctica de todo cuento con moraleja, quiere que ambos se enamoren de una misma mujer, la campesina Pamela. Y ella, tironeada entre uno y otro, encuentra algo de sabiduría en lo que le dice Doliente: “Cada encuentro de dos seres en el mundo es un desgarrarse”.
Pero, ¿es seguro que ésa sea la mitad mala? Símbolo de la naturaleza dual de lo humano, eternamente dividido, el vizconde demediado se vuelve insufrible: a Doliente lo detestan por demasiado malo y a Bueno, por demasiado ídem. Pasa en el fútbol, en la escuela y en la vida: lo importante son los promedios. Es poco probable que la segunda mitad del año vaya a traer grandes quebrantos o exorbitantes fortunas: a pesar de la convención gregoriana, poco más que una letra distingue a junio de julio. En definitiva, lo importante es que estemos acá cuando nos sirvan la próxima mitad de durazno.
¿Y el café?
Nacido en Cuba pero tan italiano como el fitito, Italo Calvino fue el escritor más popular de la península en el siglo XX y El vizconde demediado, su primera incursión en la literatura fantástica y el inicio de una trilogía seguida por El barón rampante y El caballero inexistente. Es deseable entonces acompañar la lectura con un ristretto, el epítome del café italiano: un espresso más concentrado en volumen y sabor que se obtiene con la misma dosis de café pero molido más fino, a través de la cual pasa una cantidad menor de agua y en un tiempo de extracción también menor. Creado en Milán y Roma, pero popularísimo en cualquier lugar donde se hable el idioma de Italo es, más que cualquier otra cosa: un espresso demediado.