¿Dónde está mi primavera…? El romancero de la canción latina se hace la pregunta como metáfora de la duda sentimental: dónde se me ha escondido el sol, que mi jardín olvidó, y el alma me marchitó… Aunque las condiciones meteorológicas hayan demorado el equinoccio en el sur del mundo (la primavera es esquiva y taimada, como algunos amores), la estación de las flores se esconde entre las páginas de En primavera, el tercer volumen del Cuarteto de las estaciones, la obra del escritor noruego Karl Ove Knausgård: los anteriores, previsiblemente En otoño y En invierno, ya fueron comentados en esta saga de libros que hacen bien con la puntualidad de cada trimestre. Compuesto por tres cartas dedicadas a su hija recién nacida, este tomo es más luminoso que los anteriores, aunque también algo sombrío.
Es lógico en Noruega, un país donde los inviernos son tan crudos pero, más que nada: oscuros. La primavera, más allá de la algarabía estudiantil de nuestras latitudes, es una promesa de fotosíntesis. Y si los libros anteriores tenían el tono bautismal de explicar las cosas básicas de la vida a una persona que está en el grado cero del conocimiento (qué es el sol, a qué sabe la sangre o cómo funciona la descarga del inodoro), acá se impone la rutina. “No sabes lo que es el aire, y sin embargo respiras”, dice Knausgård a su hijita: “No sabes lo que es el sueño, y sin embargo duermes. No sabes lo que es la noche, y sin embargo reposas en ella. No sabes lo que es el corazón, y sin embargo late regularmente en tu pecho, día y noche, día y noche. Has cumplido tres meses de vida y ya pareces envuelta en rutinas”. Ingresada en la existencia, aunque todavía lejos del rigor de la escolarización, la niña tiene un ritmo circadiano regular como el sol en sus apariciones y ocultamientos.
A diferencia de los dos primeros volúmenes, que compilaban decenas de textos breves titulados con las cosas básicas de la vida (el leche o el pedo), En primavera propone un cambio radical de planteamiento: ya nacida pero todavía incapaz de leer, la hija recibe como herencia prematura una descripción detallada de sus primeros días, una agenda cotidiana organizada alrededor de las obligaciones y las evocaciones. En su libro más corto (apenas 188 páginas), Knausgård enumera los momentos felices y los contrasta con los temores de un padre atribulado y una madre inestable. El fantasma de la enfermedad mental sobrevuela la casa. A simple vista, la vida idílica de una cabaña en la Noruega rural es plácida como el agua que rodea el fiordo; puertas adentro, el impulso de destrucción conduce al género favorito del autor, la autoficción como ejercicio de escarnio privado vuelto hacia lo público. Como dijo la revista Monocle: “Conmueve y perturba en la misma medida”.
La primavera está allí donde uno la busque. Si el mundo es un juego de opuestos para el bebé (“luminoso, oscuro, frío, caliente, blando, duro”), para el adulto los contrastes son todavía mayores. Entre el amor, la pérdida, la risa y el llanto, toda una vida hecha de contradicciones. “Tengo cuarenta y seis años y he aprendido que la vida consta de sucesos a los que hay que hacer frente”, concluye Knausgård: “Y que todos los momentos de felicidad tratan de lo contrario”.
¿Y el café?
Acaso la más icónica de las estaciones, la primavera se identifica con un icono universal: la flor, ahora dibujito favorito del artista que usa la espuma de leche como pintura. El arte latte es una disciplina contemporánea al boom universal del café y si bien no tiene conexión con la calidad de la bebida, algunas encuestas demostraron que el cliente está dispuesto a pagar más por un café con leche con el dibujo de un trébol o una flor porque eso denota mayor destreza del barista.