El hecho se dio en San Antonio Este, provincia de Río Negro. Dos delfines quedaron encallados y Walter Andreoli y Gabriela Padovano se convirtieron en héroes. Al final, los animales volvieron al agua.
La pareja de ejemplares perdió el rumbo y se trasladó por error hacia un lugar de nula profundidad. Intentaron salir con todas sus fuerzas, pero sin resultados: estaban extenuados en una zona que presenta este tipo de dificultades debido a las constantes mareas.

El vecino de la zona se convirtió en rescatista y ayudó con una soga.
“Estábamos paseando con mi esposa Gabriela, por las playas que están detrás de las edificaciones, en una zona a la que no suelen acceder turistas. De repente, entre los pastizales, vi algo negro, y al acercarme me di cuenta de que eran delfines”, contó Andreoli.
Los delfines, de unos 100 kilos cada uno, estaban situados a unos 30 metros del mar por lo cual Andreoli tuvo que encontrar una manera de poder devolverlos al agua. “Tenía una soga, y ni lo dudé, sabía que la marea iría subiendo y podrían navegar, por eso les até la cola y los arrastré”, siguió.
Con paciencia y fuerza, a medida que llevaba con cuidado al delfín a la rastra, su mujer registró el paso a paso del rescate. “Mirá como se mueve, mi vida, escuchen, escuchen”, repetía Andreoli acerca del comportamiento del agonizante animal que, por el tamaño, era mayor al otro encallado.
Andreoli permaneció una hora con los delfines, esperando que el agua subiera para que pudieran nadar nuevamente. “Hacía frío pero ni lo sentí, les saqué el barro y los masajeé un poco. Fueron reaccionando, y daban como grititos. Te juro que fue re conmovedor”, relató el vecino.
“Tranquilo, tranquilo, que ya viene el agua, tranquilito, tranquilito”, susurró el hombre mientras los animales comenzaban a hacer los primeros movimientos ya con un poco de agua para respirar.

Final feliz. Los delfines fueron rescatados y volvieron al mar.
De repente el más chico de los cetáceos se acercó como agradeciendo por el invaluable gesto del hombre, que respondió de manera paternal: “Ya está hijo, ya estamos a salvo, andá despacito para lo hondo, ahí está, muy bien”, mientras lo acompañaba con su mano para que el delfín se mueva hacia las profundidades.