Una nueva era comienza para el tratamiento de las enfermedades neurológicas. Un equipo internacional de científicos instaló “un puente digital” entre el cerebro y la médula espinal del paciente Gert-Jan Oskam, un holandés de 40 años tetrapléjico que ahora puede caminar largas distancias con muletas e incluso subir escaleras con ayuda.
Dos implantes en su cerebro leen sus pensamientos y los envían, sin cables, a un tercer implante que estimula eléctricamente su médula. Oskam ya había probado anteriormente un dispositivo más rudimentario en otro ensayo clínico, pero el martes proclamó con entusiasmo la diferencia en una rueda de prensa: “Antes, la estimulación eléctrica me controlaba a mí. Ahora soy yo el que controla la estimulación”.
Oskam quedó tetrapléjico tras un accidente de bicicleta que le provocó una lesión medular incompleta, que le permitía efectuar algunos movimientos residuales. Con años de rehabilitación, el holandés logró recuperar bastante movilidad en los brazos. En 2014, llegó el rayo de esperanza: una nueva técnica científica, con estimulación eléctrica en la médula espinal mediante un implante, había tenido éxito en ratas en un experimento en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza. Aquellos roedores, con la médula cortada en dos, eran capaces de dar más de mil pasos. En 2016, la estrategia también funcionó en monos.
Oskam fue uno de los primeros humanos que probó en 2017 aquel dispositivo experimental, que emitía pulsos eléctricos en su médula sincronizándolos con sus torpes movimientos voluntarios. El propio paciente también podía controlar manualmente, con unos botones, la estimulación de sus piernas. La nueva tecnología va mucho más allá, según destaca el neuroingeniero español Eduardo Martín Moraud, que participó en los experimentos con animales. “Este estudio es un paso de gigante hacia el sueño de restaurar el control motor voluntario en pacientes que sufran enfermedades neurológicas, como pueden ser las lesiones medulares, los ictus, el párkinson y el temblor esencial”, celebra.
Los líderes de la investigación son el neurocientífico Grégoire Courtine y la neurocirujana Jocelyne Bloch, de la Escuela Politécnica Federal de Lausana. Su equipo lleva más de una década perfeccionando el dispositivo con inteligencia artificial adaptativa. Courtine reconoció en la rueda de prensa que “esta tecnología todavía está en su infancia” y anunció que el siguiente paso es miniaturizar los aparatos y ensayarlos en más pacientes. Hasta el momento, solo Gert-Jan Oskam los ha probado. El sistema requiere sustituir unos cinco centímetros cuadrados de cráneo por un material con titanio y llevar una pequeña mochila con una unidad de procesamiento. Bloch no esconde su entusiasmo: “A mí misma, al principio, me parecía ciencia ficción. Y ahora es una realidad”. La empresa Onward, fundada por Courtine y Bloch, está intentando desarrollar una versión comercial de este puente digital.
Los puentes digitales no son la única alternativa prometedora para las personas con lesiones medulares. Oliviero pone ejemplos como el del hospital público madrileño Puerta de Hierro, que está probando un tratamiento con células madre del propio paciente, inyectadas en el lugar exacto de su lesión. En tanto, en el Instituto de Rehabilitación de Chicago, la neurocientífica chilena Mónica Pérez experimenta con una estimulación eléctrica no invasiva en múltiples puntos, con resultados esperanzadores. Y el grupo del propio Antonio Oliviero ensaya el fármaco rimonabant, que favorece la excitabilidad de las neuronas motoras.
Martín Moraud, un neuroingeniero madrileño de 39 años que dirige su propio laboratorio en el Hospital Universitario de Lausana, cree que el nivel de precisión conseguido por sus colegas Courtine y Bloch no tiene precedentes. “Es algo que se lleva soñando desde hace décadas”, afirma. Martín Moraud intenta ahora trasladar la idea del puente digital a la enfermedad de Parkinson. “El concepto es similar: tener medidas neuronales de la intención motora —o de déficits motores— que se puedan utilizar para estimular la médula”, expone.
Las instituciones suizas implicadas han distribuido un emotivo vídeo de Gert-Jan Oskam, en el que se lo ve acodado en la barra de un bar con una caña y unas patatas fritas, hablando con otras dos personas. “He pasado más de 10 años sin poder estar de pie tomando una cerveza con amigos. Son cosas que la gente normalmente no valora”, proclama el paciente.