¡Estalló el verano! La fórmula periodística es escandalosa cada vez que la estación llega en la Argentina (¿se viene el estallido?) pero es precisa si se aplica a un verano más breve, nórdico y anhelado: en Noruega, el verano estalla con la luz que falta el resto del año y evidentemente enceguecido por el optimismo de la claridad, el escritor Karl Ove Knausgård escribe En verano, el tomo que completa su Cuarteto de las estaciones y que, después del otoño, el invierno y la primavera, se comentó aquí como parte de una pequeña saga de libros que hacen bien. Los cerezos y los ciruelos, pero también los helados y los cubitos de hielo, devuelven al autor el estilo bautismal: si ya se dijo que él parte del grado cero del conocimiento para explicar el mundo a su hija, el estado de expectativa y latencia por fin se termina. El verano ya llegó.
“El mundo es intraducible, pero no incomprensible, mientras se conozca la sencilla regla de que nada de lo que expresa a través de sus miríadas de vida y criaturas va seguido de interrogaciones, sino solo de exclamaciones”, escribe Knausgård a la pequeña Anna, que está en edad de gatear. A diferencia del tercer tomo primaveral, compuesto por tres cartas largas, este libro recupera el tono de enciclopedia caprichosa: es el más voluminoso de los cuatro, casi cuatrocientas páginas para leer en la playa aunque no conceda la ligereza que se le pide a la literatura del veraneante. Dividido entre los tres meses del verano europeo (junio, julio y agosto), el libro nos cuenta qué es la sal que impregna el cuerpo de los bañistas o de qué están hechas las lágrimas, algo que sabe bien cualquiera con vocación por el drama. Si lo común alcanza resonancias universales en las palabras de Knausgård, lo ajeno también se revela fascinante: como si el lector fuera un lactante que sale a la vida, aprende que Gjerstadholmen es un islote especialmente bello para visitar en verano. Ojo: que no se confunda estío con hastío porque de esto último Knausgård no tiene. La paciencia para explicar el mundo a su hija es infinita.
Como el hallazgo fortuito de una carta de amor atrapada entre las páginas de un libro viejo (las librerías de usados son el corazón de las ciudades veraniegas, aquí, allá y en todas partes), entre las páginas de En verano se cuelan los retazos de un diario íntimo donde el escritor vuelve a su monotema favorito: él mismo. Los dilemas creativos y los conflictos con su padre son conocidos pero la novedad se aviva con el relato que su abuelo alguna vez contó al autor, probablemente una tarde de verano, del amor prohibido de una mujer con un soldado enemigo durante la Segunda Guerra Mundial. Aun la mitología familiar, esa que se transmite oralmente en cada sobremesa de Navidad, se reaviva con la llegada del verano, la estación de la intimidad literaria más apasionada.
¿Y el café?
Con la estación del calor, el fundamentalista del café no renuncia a la potencia del espresso pero comparte preferencias con la innovación: el café frío. O como se dice en la jerga internacionalista de las cafeterías, el cold brew: un café filtrado que se deja infusionar entre doce y veinticuatro horas y se toma helado. A diferencia de otros métodos, acá se usa agua a temperatura ambiente que, después de la espera indicada de la infusión, suma hielo y en algunos casos, leche o bebidas con alcohol. Pero esto es para los más hedonistas, aquellos que se permiten la fugacidad de un amor de verano.