El jardín del bien y del mal

"El mejor de todos nosotros”, definió Stephen King a Michael McDowell, el rey del terror. A 25 años de su muerte, volvió a las librerías con Blackwater, donde había expuesto a una generación de hombres débiles y mujeres fuertes con la presencia ominosa de lo sobrenatural como promesa y amenaza.

Por Nicolás Artusi

Sep 18, 2024

“Mi amigo, mi maestro”, lo definió Stephen King: “Fascinante, aterrador, simplemente genial. El mejor de todos nosotros”. El elogio del rey del terror le cabe a Michael McDowell, el secreto bien guardado de la literatura popular estadounidense: ahora, la publicación de la epopeya Blackwater, un folletín por entregas que escribió en 1983, integra esta saga de libros que hacen bien y, con los dos millones de ejemplares ya vendidos en Francia, Italia y España, alinea a la Argentina con el fenómeno editorial. Fallecido el 27 de diciembre de 1999, a sólo cuatro días del cambio de milenio, no llegó a ver el furor que hoy despierta su retorcida imaginería sureña, pero el lector de sus libros piensa que algo percibe desde el más allá.

En 1983, McDowell publicó en seis entregas mensuales los libros de Blackwater, la historia de una familia terrateniente de Perdido, un pequeño pueblo de Alabama entre las décadas de 1920 y 1960, liderada por una incontestable matriarca que ve su dominio en riesgo cuando llega una forastera misteriosa. Además de la lucha por el poder, la intriga está regida por la fuerza de los ríos que rodean el pueblo y que moldean la naturaleza humana. Justo antes había publicado Agujas doradas, Los elementales y Katie, tres novelas que salieron hace poco acá y que habían establecido su condición de narrador extraño; después, había escrito los guiones de Beetlejuice y El extraño mundo de Jack, las películas de Tim Burton que expandían los límites de su fantasía gótica. Pero no terminó el guion de Beetlejuice Beetlejuice, la película que se estrenó ahora, porque murió de sida a los 49 años y dejó una huella profunda en la tradición literaria de cualquier chico ostra: “No tuve una infancia infeliz, pero sí fui un niño infeliz”, decía McDowell. “Tuve unos padres y unos abuelos que me querían. No viví ninguna gran desgracia. No éramos pobres, ni tampoco ricos. Pero no fui un niño feliz. De hecho, no conozco a nadie que haya sido un niño feliz”.

En 2024, estalla el furor. A medio camino entre King y García Márquez, Blackwater se publica en pequeños libritos de “edición fascinante”, como promueve su editorial, a razón de dos volúmenes por mes hasta el próximo fin de año. Tienen 250 páginas de papel obra y una tapa impresa en relieve con ilustraciones sugerentes y deslumbrantes. Lo insólito: nunca se habían traducido estos textos al castellano. Sin la gravedad emocional de Tennessee Williams ni el peso existencial de William Faulkner, el gótico sureño de McDowell tiene la ligereza de una pulp fiction que exprime el género para exponer a una generación de hombres débiles y mujeres fuertes con la presencia ominosa de lo sobrenatural como promesa y amenaza: la vida se define en el jardín del bien y del mal.

¿Y el café?

La guía turística indica que Alabama es uno de los dos estados norteamericanos que tiene un condado nacido para el tributo a la segunda bebida más consumida del mundo después del agua: Coffee, AL (el otro es su vecino Tennessee). Pero si el bebedor fanático supone que la ciudad es un territorio fértil para el espresso o el filtrado, en realidad debe su nombre al general John Coffee, un voluntarioso comandante que peleó en la Guerra Creek entre las potencias europeas y los púberes Estados Unidos. Allí todavía se toma el café al estilo sureño: sin pompa ni artificio, una infusión que se prepara con agua caliente a través del grano molido en un filtro de algodón, la mercancía que trajo gloria y desgracia al sur norteamericano.

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