Ni la selva ni el desierto ni la tundra: el bosque es el paisaje más escalofriante. Sede natural de las hadas, los gnomos y los lobos con piel de cordero, es el lugar donde “los árboles se habían vuelto más delgados y aterradores”, según Tove Jansson, la escritora finlandesa más leída en el mundo: nacida en 1914 y fallecida en 2001, fue la creadora de los Mumin, los personajes para niños superfamosos de Escandinavia, y desde hace unos años empezaron a publicarse acá sus novelas de adulta, piezas infaltables en esta saga de libros que hacen bien. Ahora llega La hija del escultor, el primero de la serie que escribió después de sus historietas de muñecotes, un texto a mitad de camino entre la memoria y la ficción (autoficción, se dice ahora) en el que ella recuerda los años infantiles junto a su padre Viktor Jansson, escultor, y su madre Signe Hammarsten-Jansson, ilustradora, una vida luminosa aunque amenazada por el nubarrón.
Cruza de María Elena Walsh y Walt Disney, Jansson se hizo millonaria con sus Mumin, que se replicaron en infinitos dibujos animados, películas, artículos de merchandising y parques temáticos y que se tradujeron a más de cincuenta idiomas. Pero en algún momento de su adultez eligió el ostracismo de la vida en los bosques: se autoexilió en una isla junto a su pareja, la artista plástica Tuulikki Pietilä y es probable que ahí hayan regresado los demonios infantiles. Si en La hija del escultor se modela una vida marcada por el arte y la creación, la mente hiperproductiva imagina peligros ominosos: la serpiente de un estampado se vuelve real, el hielo respira y los árboles hablan. Tal vez el talento mayor de los autores infantiles sea su conexión con el terror primario, ese que uno sintió y no olvida: la oscuridad del fondo del placard o la orfandad de una mañana en que mamá salió a hacer los mandados. “La revelación de este libro es ver que lo que impulsaba la imaginación de Jansson era el miedo”, escribió la crítica Kate Kellaway en el diario inglés The Guardian: “Leerla es como volver a la infancia: ocurren cosas inexplicables cuando los adultos están al mando”.
Este es un libro de peligros, de esos que nos perturban en la niñez y reviven insidiosos algunas noches. Cuando La hija del escultor se publicó en 1968, los lectores de Jansson se conmovieron con la honestidad de su autora favorita y pidieron más. Pero ella fue terminante: “No, no voy a dejar que la hija del escultor crezca, no me interesa tratar de describir lo que le pasó después; lo único que me interesa es la forma en que el niño experimenta las cosas”. En su vida de adulta, Jansson conoció el éxito total (se negó a vender la licencia de sus personajes a Disney) y el amor verdadero, pero también la angustia de una depresión recurrente y una persistente sensación de vacío. Más que parálisis, el dolor la impulsó a escribir libros maravillosos: “Por lo general me gusta asustarlo y él siempre me sigue dispuesto a que lo asuste”, recuerda de su pequeño amigo Poju: “Es como si el miedo lo movilizara”.
¿Y el café?
Siempre invadido por la oscuridad y el frío (y a veces, por su vecina Rusia), Finlandia es el país que consume más café en el mundo, unos 12 kilos anuales por habitante, seguido por Noruega e Islandia. Allí no se cultiva el grano sino que se importa y ante los riesgos que el cambio climático provoca en el comercio internacional, en Finlandia y otros países nórdicos se empezó a experimentar con café cultivado en laboratorio, totalmente sintético y creado en probeta. Qué miedo.