Carlos Gitlin es un emprendedor nato. En 2020 se mudó con toda su familia a Río Grande y allí decidió darle curso a un viejo anhelo: su propia fábrica. Eso sí, lo hizo de una manera muy particular, respetando una cocción primitiva. “La golosina activa las endorfinas que producen felicidad”, dijo el creador del chocolate fino más austral.
El hombre se aferró a la filosofía de la producción en grano, que nació en Estados Unidos hace 20 años. Gitlin comenzó con las pruebas para respetar al chocolate en origen y comenzó a comprar materia prima en Ecuador. Con mucho esfuerzo, montó una pequeña planta y consiguió los registros para comenzar a comercializar.
Justamente, importó los granos de Guayaquil. El chocolate es orgánico, vegano y libre de gluten, soja y lactosa. Sin aditivos.
Hasta el momento, en “Chinoa” producen siete barras y tabletas. Además, venden nibs y cascarillas. Siempre respetando el proceso de tostado y refinado, que es muy delicado.
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Sus primeros clientes grandes llegaron gracias a una publicación en Instagram. “Tengo un evento de cata y quiero tener tus chocolates”, fue el mensaje que cambió el rumbo de la empresa, que opera desde el sur argentino y ya se instaló en el mercado interno de la isla.
El packaging muestra ocho lugares de Tierra del Fuego que no están entre los destinos más conocidos por los turistas. Gracias a un código QR, los consumidores pueden escanear y recorrer cada punto en un video.