Cada vez que comienzo a transitar algún camino de exploración con alguien nuevo o un proceso terapéutico, al momento de encuadrar el trabajo, las dudas que me plantean suelen rondar por una cuestión determinada: ¿te tengo que contar toda mi vida?, ¿nos vamos a quedar revolviendo basura del pasado mucho tiempo? Mi respuesta suele ser la misma en la mayoría de los casos. Suelo considerar el impacto del pasado en el presente así como tomamos el espejo retrovisor cuando vamos conduciendo el auto. Es imprescindible para ir hacia adelante, pero solo cuando no nos quedamos ahí.
Imaginemos que nuestro presente somos nosotros dentro de ese vehículo. A veces tenemos clarísimo cuál es el camino, otras lo vamos explorando poco a poco y la vida se parece más a un paseo. Por momentos vamos tan rápido y en automático que si nos preguntan cómo es el paisaje o qué camino tomamos nos quedamos sin respuesta porque no lo registramos. A veces el trayecto viene trazado desde antes, sigo un GPS sin cuestionarme si es por ahí por donde deseo o puedo ir, simplemente lo sigo. Quizá voy muy cómodo por una autopista cuyo paisaje no es el más inspirador pero elijo ese camino fácil y simple o puedo escoger el camino de tierra, para ir más lento y saborear así un paisaje que me enciende los sentidos…
Sea cual sea el momento en el que te encuentre este viaje, el espejo retrovisor es una herramienta insustituible para poder andar el camino que elijas. Este tiene que ver con nuestra historia y con el papel que las experiencias pasadas jugaron en nuestra vida, ya sea nuestra vida de ayer o la de hace muchos años. La historia nos condiciona en muchos aspectos, pero eso no significa que estemos determinados completamente por ella.
¿Podemos conducir ese vehículo sin mirar los espejos retrovisores nunca? Claro, pero con infinitas más posibilidades de rozar nuestro auto con los de al lado, de chocar, de que se nos pasen cosas de vista, de no considerar infinitos factores que están influyendo para que nuestro viaje sea el que deseamos y llegar a destino.
Pero también podemos sentirnos tan inseguros dentro de ese coche que nos cueste quitar la vista de los espejos, queremos ir hacia adelante pero en vez de mirar hacia allí, seguimos enfocados en el espejo retrovisor. Sería una analogía con vivir en el pasado, queriendo avanzar pero sin poder quitar nuestra mirada de nuestra historia, justificándonos “yo soy así, ya no puedo cambiar”, “soy así porque viví determinadas cosas en mi infancia”, “estoy condenado a esta parálisis”.
Ni con la mirada fijada en el espejo retrovisor.
Ni conduciendo sin tenerlos en cuenta.
Nuestra vida es un viaje en el que los espejos están ahí, son una herramienta a mano muy valiosa para que ese viaje sea placentero y amable tanto con nosotros mismos como con los demás. A veces podrán estar empañados, otras veces sucios, cada tanto puedo procurar limpiarlos, para que nuestra mirada del trayecto hacia adelante sea más plena y también más confortable. No es siempre sencillo, a veces la historia personal o familiar duele o incomoda, pero podemos considerar “limpiar esa mirada del pasado” como una parte necesaria del viaje.
Conducir mi vehículo con tanto miedo e inseguridad que no pueda quitar la vista de los espejos también es imposible. Perdería total y completa perspectiva del camino a seguir y de mi viaje y, casi con seguridad, chocaría con algo frente a mí. Sería como querer dirigirme hacia adelante con la cabeza girada hacia atrás. Cuando no puedo quitar la mirada del pasado, el presente se vuelve difuso y el futuro no tiene brillo. Trazar un camino se vuelve imposible.
En este viaje que es tu vida, procura tener siempre limpios y a mano tus espejos retrovisores. Que estén disponibles para cuando necesites estacionar o aparcar, hacer una pausa en tu viaje para apreciar el paisaje, cuando quieras recalcular el camino o hacer un giro en U porque algo de ese camino que habías elegido ya no resuena con vos. El espejo retrovisor es imprescindible tenerlo a mano, pero simplemente para que nos guíe e impulse para adelante. Cuando tenemos el pasado disponible y estamos amigados con él, el presente cobra más libertad y el futuro se presenta más apetecible y menos amenazante.
Y es que “nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”.