La Estatua de la Libertad es, lisa y llanamente, uno de los monumentos más destacados, históricos, icónicos y populares del globo terráqueo desde hace décadas. Por ello, muchos turistas que recalan en el territorio estadounidense tienen como objetivo principal tomarle fotografías inolvidables.
Pero prácticamente nadie conoce la historia de Isabella Eugénie Boyer, una francesa que a los 22 años de edad se trasladó a New York y que le terminó poniendo su rostro a la propia Estatua de la Libertad. Sí, de esa manera pasó a la inmortalidad de una manera realmente inimaginada en ese entonces.
Ya en Estados Unidos, a los 22 años de edad, Boyer se casó con el multimillonario Isaac Singer, el inventor de la máquina de coser hogareña. Pero claro, esa historia terminó siendo un verdadero escándalo ya que él ya estaba casado en ese entonces. Pero la francesa terminó inspirando a Frédéric Auguste Bartholdi, el inventor del monumento.
Esta millonaria mujer, que murió hace nada más ni nada menos que 120 años, el 12 de mayo de 1904, fue quien le puso su rostro a la Estatua de la Libertad, inaugurada el 28 de octubre de 1886 como consecuencia de un regalo del gobierno francés a los norteamericanos por el centenario de la Declaración de Independencia.
La idea de este regalo perteneció a Eduardo Laboulaye, jurista y político francés, quien le encargó el diseño a Bartholdi, un joven escultor amigo, que viajó a Estados Unidos para escoger el lugar donde se colocaría la escultura. Finalmente, se optó por la isla de Bedloe, rebautizada en 1956 como isla de la Libertad.
Si bien existen diversas hipótesis sobre la modelo en la que el escultor se inspiró, la mayoría coincide en que la musa fue la mencionada Isabella, nacida el 17 de diciembre de 1841 en París y una de los seis hijos que tuvieron Louis Noël Boyer, un pastelero nacido en África, y la inglesa Pamela Lockwood.
Después de enviudar, Isabella se vio envuelta en una gran fortuna. Y tan importante fue que todos los sucesos importantes del mundo del arte pictórico y musical requerían de su presencia. Así fue que conoció a Bertholdi, quien quedó maravillado con su apariencia y terminó escogiendo su rostro para la Estatua de la Libertad.