Desde hacía un par de días iba viendo como las calles de Rio de Janeiro se iban poblando de camisetas celestes y blancas. En la playa, buses, comercios y bares nos cruzábamos y ante el solo intercambio de miradas surgía el “vamo’ Acadé”, que servía como modo de presentación, de “credencial” de hincha y como señal de reconocimiento mutuo. Como siempre y cada vez que Racing disputa un partido de Copa Libertadores en el exterior, una legión de fieles se da cita en la ciudad que sea para acompañar y alentar a la gloriosa Academia. Esta vez, no fue la excepción, por el contrario, se esperaba una concurrencia mayor a la habitual, debido a que la ciudad (Río de Janeiro) más la posibilidad de enfrentar al poderoso Flamengo en el estadio Maracaná conformaban un combo muy seductor para decir presente y, de paso, para el que tuviera la posibilidad, quedarse un par de días extras para disfrutar del sol y la playa.
El día del encuentro, como todos los de esa semana, amaneció con un sol espléndido y una temperatura cálida y agradable; sin embargo, ese cosquilleo en el estómago, la sudoración fría en las manos y esa sensación de inquietud constante eran síntomas que uno experimenta aquellos días de grandes y difíciles desafíos y este era uno de ellos. Por eso, preferimos quedarnos en la pileta del hotel y no ir a la playa, ya que allí nos íbamos a encontrar con muchos hinchas y lo único que lograríamos era aumentar la ansiedad, no obstante, dicha actitud no nos sirvió demasiado ya que la inquietud y el nerviosismo intrusaron nuestras mentes y no pudimos desalojarlas hasta el inicio del partido. Como en la previa de los exámenes difíciles, nos planteábamos diferentes escenarios posibles e imaginábamos todo tipo de desenlaces, para volver a empezar una y otra vez con una nueva situación. Intentamos todo para lograr abstraernos; desde escuchar música, leer algo o llamar a alguien por teléfono. Nada fue efectivo, todo, de alguna manera, terminaba desembocando en el partido. Es en ese momento en el que uno se da por vencido y decide quedar a merced de los vaivenes de sus pensamientos y pronósticos.
De más está decir que salimos hacia el estadio con la antelación necesaria, un poco por la ansiedad y el nerviosismo y otro poco por tratar de ser previsores para poder llegar con el tiempo suficiente (y más también) y lograr un ingreso tranquilo y ordenado.
El viaje hacia el Maracaná fue tranquilo a pesar de algunos contratiempos que serán motivo de otro relato, no obstante y luego de más de media hora de viaje (el estadio no está muy cerca de la zona turística de la ciudad y máxime que el tránsito en Río, sobre todo en hora pico, es bastante pesado) nos dimos cuenta que no faltaba demasiado ya que la cantidad de personas con camisetas de Flamengo era cada vez mayor. Veníamos por una avenida bastante transitada pero tranquila en cuanto a concurrencia peatonal hasta que en un momento el micro giró a la izquierda desembocando en una avenida más ancha aún que la que veníamos y ahí sí, comenzamos a tomar conciencia de la magnitud de la concurrencia local; un mar de color rojo y negro se movía de manera febril y acompasada entre los puestos de comida con un solo objetivo, llegar al estadio, que se erguía imponente, majestuoso e iluminado al final de esa avenida. Por supuesto, a partir de ese momento, nuestra marcha se enlenteció de tal manera que en algún momento pensamos que tendríamos que llegar caminando, sin embargo, por algún milagro divino (haber descendido allí hubiese sido muy peligroso ya que hubiésemos sido fácilmente identificables) aparecieron algunos policías que permitieron abrir un canal entre la multitud lo que nos permitió llegar al estadio de manera relativamente rápida y fundamentalmente sanos y salvos.
Ingresamos al sector asignado al público visitante y aquí debo hacer un punto aparte para describir lo que sentí. Ver a las dos mil y pico de almas, cada una con su camiseta celeste y blanca, todos juntos, alentando, cantando y haciéndose oír ante los más de 60000 brasileros fue realmente emocionante y sobrecogedor. La energía que allí se sentía y se vivía te hermanaba de algún modo con el de al lado, que había venido a través del departamento del hincha, con el de abajo que había venido con su padre desde Salta o con el de arriba que vive en San Pablo hace dos años y recorrió con su auto los cuatrocientos y pico de kilómetros que lo separan de Río de Janeiro para poder estar junto a Racing. Así de mágico y conmocionante fue eso, sentirse apoyado, contagiarse unos a otros la emoción de poder estar ahí, junto a nuestra querida Academia, dándole la importancia que merece al resultado pero mucho más a la de poder decir presente con nuestras gargantas, nuestras voces y nuestros corazones, sabiendo y haciendo sentir que vaya donde vaya nuestro Racing, ahí vamos a estar apoyando y alentando.
Resultado aparte, al otro día y con los ánimos más serenos, mientras caminaba por la playa y recapitulaba lo vivido en el Maracaná, sentí orgullo, emoción y una profunda y férrea certeza, uno puede cambiar muchas cosas, puede negociar otras tantas, pero lo que no puede variar ni modificar jamás (como dice el libreto de una famosa película) es LA PASIÓN.
PD: Mi gratitud y reconocimiento eterna a todos los hinchas de Racing, que tanto el otro día en Río, como cada vez que la Academia pisa una cancha, dejan todo de lado para dejar el sello inconfundible de ser parte del PRIMER GRANDE.