La lengua materna

“Mi madre murió en el momento en que nací así que durante toda mi vida no hubo nada que se interpusiera entre la eternidad y yo”: así empieza la memoria de Xuela, una mujer caribeña tempranamente advertida de la verdad absoluta. Para ella, la vida no es un misterio porque cualquiera que nazca conocerá el […]

Por Nicolás Artusi

Oct 22, 2023

“Mi madre murió en el momento en que nací así que durante toda mi vida no hubo nada que se interpusiera entre la eternidad y yo”: así empieza la memoria de Xuela, una mujer caribeña tempranamente advertida de la verdad absoluta. Para ella, la vida no es un misterio porque cualquiera que nazca conocerá el final de la historia: “El misterio es un truco inventado para los maldecidos con la curiosidad”. Lúcida y rebelde, Xuela es la protagonista de Autobiografía de mi madre, la novela de la escritora antiguana Jamaica Kincaid y pieza indispensable en esta saga de libros que hacen bien: si el relato es duro, como sólo puede ser la vida de una mujer joven, huérfana, negra y pobre en una excolonia británica del Caribe, también es redentor porque devela cómo aprender a amarse a sí misma es un acto de desesperación y resistencia.

Alguna vez Susan Sontag dijo: “Kincaid es una de las pocas escritoras angloparlantes actuales que querría leer siempre”. A los 74 años, estuvo tres veces en la línea final para ganar el Nobel. Los maldecidos por la curiosidad jamás habrían imaginado el destino de la niña que nació en Saint John’s, la capital de Antigua y Barbuda, con otro nombre, que vivió allí con su madre y su padrastro hasta 1965, que fue enviada a Nueva York para trabajar como niñera y que una vez allí se rebeló ante su destino de persona-sombra, se dedicó a la fotografía y la escritura y se rebautizó: Jamaica Kincaid hoy es una escritora en sintonía con la época, de la que se están publicando acá sus grandes novelas (como Mr. Potter o Lucy) con excelentes traducciones de la escritora argentina Inés Garland. “Nunca anhelo el futuro, va a llegar o no; algún día no va a llegar”, se dice Xuela: “Pero no se cierne sobre mí, no estoy nunca en un estado de anticipación”. La elipsis vital marca un inicio y un final conocidos, pero lo del medio depende de uno y su circunstancia: nada de la biografía de Kincaid como hija de un paisito encadenado a su pasado colonial, donde la brutalidad es la única herencia, advertía que su vida y su obra, entre la autoficción y la invención pura, serían admiradas en los siete mares.

Desamparada y avergonzada de su propio desamparo, Xuela cuenta su historia, la de una mujer común que no conoció a su madre y fue abandonada por su padre, que aprendió a leer y escribir en un lugar donde otras como ella no podían, que amó, ganó y perdió. “Yo formo parte de los vencidos, de los derrotados. El pasado es un punto fijo, el futuro tiene final abierto”, dice. Y ahí es donde lo común se vuelve extraordinario. Esta hija de un pueblo sometido, en el que la desconfianza es una de las cosas que se sienten por el otro y la forma de vida perpetúa el sufrimiento, niega el mandato: “Lo que fuera que me dijeran que debía odiar era lo que yo amaba, lo que más amaba”.

¿Y el café?

“Cada mañana tostaba granos de café, los molía hasta hacer un polvo grueso, preparaba un brebaje que era tan espeso y negro y con un sabor tan intenso que no sentía mis papilas gustativas como mías sino como si me las hubieran arrancado y las hubieran esparcido lejos de mí”. En Autobiografía de mi madre, Xuela vive en las afueras de Roseau, la capital de Dominica, un paraíso caribeño donde la exuberancia del paisaje hace brotar café, claro, pero también vainilla, banana, cacao, granada, lima y otras delicias. Es casi imposible de conseguir entre nosotros: Dominica produce menos de 300 toneladas métricas de café por año, un grano voluptuoso como las montañas antillanas.

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