La edición del 27 de agosto de 1935 del diario de Necochea informa en su página de deportes que «el partido se definió recién en los últimos instantes con un impacto de cabeza concretado con gran estilo por el inside derecho Juan Fangio, que determinó la derrota de nuestro team por un gol a cero». Dos días antes se habían enfrentado los seleccionados de Balcarce y Necochea, y allí el Quíntuple, el Chueco, el gran piloto argentino de todos los tiempos representó jugando al fútbol, como lo haría varias veces más, a su querida ciudad natal.
Antes de ser quien fue, Fangio también fue otro. Y fue chico, y fue joven, y como tantos otros argentinos el fútbol le despertaba pasión y dedicaba tiempo a practicarlo. Cuando alguien llegaba a la casa paterna y atendía doña Herminia, su madre, era habitual que le preguntaran: “¿Está el Chueco?”, y ella les respondía, enojada: “Aquí no vive ningún chueco!”. Es que por su manera de jugar lo apodaron así. Hincha de River, se juntaba a jugar con los pibes de la cuadra en un potrero de la esquina de la casa que después fue una farmacia y después estuvo cerrado varios años. En esa época, mediados de la década del 30, era común que las ciudades organizaran «seleccionados» con lo mejor que contaban, y compitieran en campeonatos argentinos no muy claros y no muy serios. A veces se jugaban dos o tres fechas y luego se suspendían, o aparecían equipos nuevos y se iban otros, y así nunca había campeones oficiales. No importaba, la idea era juntarse y jugar, y por ese entonces el automovilismo todavía era apenas un sueño para el flaquito que trabaja en un humilde taller mecánico.
En esa jornada, casi un mes antes de la primavera de 1935, Balcarce visitó a Necochea con su equipo listo para el trascendente partido. Es que por las cercanía y la importancia de ambas ciudades – que recién comenzaban su lento crecimiento – se trataba de un duelo a todo o nada. Algunos periodistas de Mar del Plata y la zona aseguran que por ese entonces los planteles se trasladaban en camiones, que todos los jugadores iban atrás, cantando, y que siempre había una guitarra para pasar el momento. Hoy, por rutas en muy buenas condiciones, se tarda una hora en hacer ese trayecto: es probable que hace ochenta y ocho años, el tiempo haya sido considerablemente mayor.
Lo cierto es que Balcarce salió decidido a ganar el partido, y como vimos en la crónica anterior, en el minuto 42, el inside derecho – algo así como un «8» del fútbol actual – marcó el único gol del partido, con un cabezazo. Ese volante, justamente, era Juan Manuel Fangio. Quienes lo conocieron aseguran que le gustaba mucho el fútbol, y que si se hubiera dedicado a esta disciplina también podría haberse destacado, ya que en su personalidad estaba ese espíritu de superación que lo llevaba a esforzarse para alcanzar sus objetivos inmediatos.
Buscando información al respecto del Fangio futbolista, aparecen muchas curiosidades. Por ejemplo, que en los primeros años de 1930, también estuvo jugando con el combinado de Balcarce en Mar del Plata, en una cancha que estaba enmarcada por un velódromo – una pista de ciclismo – en las calles Colón y Marconi. En esa oportunidad, fue el local quien ganó 3 a 0 y Fangio apenas tocó la pelota, debido al poderío que ostentaba el local en ese entonces.
También jugaba habitualmente en Balcarce. El Club Rivadavia fue donde debutó, y casualmente, el seudónimo que eligió en su primera carrera de automovilismo. Y luego, con los muchachos de su barra, jugó en el Club Leandro N. Alem, donde se hizo muy amigo del presidente Manuel Moreno, un pastelero anarquista que fue expulsado del pueblo por el caudillo que dominaba la zona, Hortensio Miguens. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuentan que en la ciudad estaban quienes apoyaban a Los Aliados (Inglaterra, Francia, EEUU, Unión Soviética, entre muchos otros) y quienes mostraban sin sonrojarse su simpatía con el Eje (Alemania, Italia y Japón). A pesar del antagonismo de ambos grupos, el pueblo se unió, declaró un feriado y se programó un partido de fútbol y un gran asado posterior. En el equipo de camiseta blanca con un cuadrado violeta en el pecho, llamado Confitería Las Violetas, donde se juntaban quienes no veían con malos ojos lo que intentaba la Alemania nazi, jugaba Fangio, que también tenía como compañero a Ignacio Llanices, figura del automovilismo zonal en los ´40 y ´50. Claro que no lo hacían por apoyar una causa: cada equipo había ido a buscar a los mejores de Balcarce para que los representen, y el Chueco era considerado un gran futbolista. Dicen que el partido terminó empatado a propósito para evitar confrontaciones, y que el asado que cerró la jornada sirvió para hablar del partido, limar asperezas y discutir que éste o aquel era mejor del otro lado del Atlántico.
Roberto Carozzo escribió el libro “Fangio, cuando el hombre es más que el mito”. Y en el capítulo cinco, el propio Fangio cuenta: “Cuando regresé del servicio militar, José Duffard y yo teníamos ofrecimientos para ir a jugar al fútbol en un club de Mar del Plata. Sentíamos como que en Balcarce no teníamos campo de acción para desarrollarnos”. Pero sus amigos, viendo que ellos dos les arreglaban los autos, les preguntaron por qué no ponían un taller mecánico. “Nosotros los ayudamos”, se ofrecieron. Y así Argentina quizá se perdió otro Maradona u otro Messi pero ganó un Quíntuple campeón mundial de Fórmula 1.