Muchas veces buscamos el famoso “punto de equilibrio” en nuestra vida. Ese momento de bienestar absoluto en el que todo parece estar en su lugar: el trabajo, la familia, la salud, las relaciones, el tiempo para nosotros mismos… Pero, ¿qué pasa cuando creemos haberlo encontrado? Se nos escapa de las manos. Algo cambia: un nuevo reto en el trabajo, una situación inesperada en casa, algo sucede en mi entorno, un cambio en nuestras emociones. De repente, ese equilibrio que parecía tan claro, desaparece.
Y aquí está la clave: el equilibrio no es un punto fijo, sino un proceso constante. No es un “punto de equilibrio”, es un equilibrando.
Me gusta hablar de “Equilibrando”, que es una palabra en gerundio, la forma verbal que expresa una acción en desarrollo, algo que está ocurriendo en el momento. Por ejemplo, cuando decimos “estoy caminando” o “estoy aprendiendo”, hablamos de algo que no ha terminado, sino que sigue en movimiento.

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Lo mismo sucede con el equilibrio en la vida. No es algo que encontramos y ya está, sino algo que estamos haciendo continuamente. Un día ajustamos nuestra rutina para cuidar nuestra salud, y al día siguiente necesitamos reajustarla porque aparece otra necesidad. En relación a otras variables, y, en el camino, también pueden aparecer variables que no habíamos considerado al comienzo
Pensar en el equilibrio como un punto fijo puede ser frustrante, una trampa o una ilusión. Algo a lo cual llegar, una meta u objetivo. Creemos que si organizamos bien nuestras prioridades, finalmente llegaremos a un estado de armonía estable, como una meta u objetivo. Pero la realidad es otra: en el mismo momento en que sentimos que lo logramos, algo cambia y nos exige un nuevo ajuste.
Por eso, en lugar de obsesionarnos con llegar a un estado ideal y permanente, podemos aceptar que la vida es movimiento. Como dice mi amiga Martu, siempre estamos recalculando: siempre estamos equilibrando, ajustando, reajustando. No significa que nunca encontraremos bienestar, sino que debemos verlo como un proceso dinámico y no como un destino final.
Aceptar el movimiento nos da paz. Cuando entendemos que el equilibrio es algo en constante cambio, nos permitimos ser más flexibles y compasivos con nosotros mismos. No se trata de encontrar un punto perfecto, sino de aprender a fluir con los ajustes que la vida nos presenta.
Así que la próxima vez que sientas que has perdido el equilibrio, no te asustes y recuerda: no lo has perdido, sigues equilibrando. Y eso está bien. Es que mientras siento que ese equilibrio se pierde, ya se encuentra activo, aunque muchas veces ni siquiera logre percibirlo, el proceso de reajuste para alcanzar el nuevo equilibrando.