Cada día pienso más que la perfección es la eterna insatisfacción. Por momentos creo que la palabra frustración o insatisfacción aparecen como sinónimo de perfección…
¿Qué es la perfección? ¿Quién decide que algo es suficientemente perfecto?
Esto es lo que ocurre cuando queremos hacer las cosas perfectas y muchas veces nos paralizamos porque, hasta que no estén así, no queremos avanzar.
En otras ocasiones es la ansiedad la que frena el proceso de accionar, porque ayuda a procrastinar o retrasar el poner manos a la obra. Y es que, frente a la expectativa de logro tan alta, preferimos no hacer nada a sentir esa frustración porque el resultado no será seguramente lo suficientemente perfecto que esperábamos, o que creemos que los demás están esperando.
Creo que esto puede aplicarse a casi todas las áreas de la vida. Y, aunque no aparece como muy evidente, la ansiedad aparece muchas veces en forma de crítico interno y nos dice muchas mentiras acerca de nosotros mismos y el proceso o acción que queremos llevar a cabo: ¨Tenés que ser productivo siempre¨, ¨no te va a quedar tan perfecto como todos están esperando¨, ¨no vas a poder ¨, ´se van a dar cuenta de que sos un fiasco, un impostor¨…
Existe una relación directa entre hiperexigencia y ansiedad. Ya que cuando sufrimos de ansiedad, somos duros con nosotros mismos, sentimos que nada de lo que somos o hacemos es suficiente. Es allí cuando la práctica de la autocompasión es una aliada, implica ser amable con vos mismo, aceptando tus imperfecciones y tratándote con cuidado y comprensión. Es importante que puedas reconocer tus logros y progresos, sin importar si son grandes o pequeños. Correr el foco de la crítica y la exigencia de mejorar. Practicar la gratitud también es de gran ayuda, enfocándote en lo que tenemos y no en lo que falta. Simplificando, hablarnos de la misma manera que le hablaríamos a un amigo es de gran ayuda, tratarnos con consideración y respeto por nuestros tiempos en el proceso.
El exceso de responsabilidad y el perfeccionismo están altamente ligados. Sin darte cuenta podés llevar cuerpo y mente al límite por esta necesidad de alcanzar la perfección, de no cometer ningún error. Querer hacer las cosas bien no es malo, pero puede convertirse en algo dañino cuando no proviene de tu propia motivación interna, sino que lo vives como una presión insana del exterior. Cuando probablemente desde la infancia has sentido que lo que se espera de vos es hacerlo todo perfecto.
El perfeccionismo está ligado también a la poca aceptación de uno mismo. Al poner tu valía en tu capacidad de hacer las cosas ¨perfectas¨ y eso impide aceptar la posibilidad de equivocarte, y aunque consigues hacerlas muy bien, jamás es suficiente, nunca te sientes bien del todo y subes el listón más alto. Lo que termina causando mayor estrés y ansiedad.
Puedes procastinar o hasta perder tanto tiempo en hacer las tareas que acabas descuidando tu vida personal, lo que te genera más frustración y enojo.
Hay una gran tendencia a autoevaluarte de forma negativa, esta crítica constante hace que analices todo lo que haces al detalle y el resultado que tiene sobre los demás. Te cuesta aceptar cualquier cosa que no sea perfecta, llegando incluso a percibir tus logros como un fracaso. Esa crítica interna hace que, al focalizar en los fallos o imperfecciones, te olvides de reconocer las cualidades positivas de lo que haces.
Y es en este momento donde me parece valioso recordarte que, en verdad, nadie te exige tanto como te exiges a vos mismo.
Cuando aspiramos a hacer algo ¨perfecto¨ es muy importante que podamos hacer una pausa y evaluar el costo o el impacto que dicha acción o tarea tendrá en nuestra vida o entorno.
Es mucho más interesante aspirar a la excelencia. Esto significa empezar como sea, desde donde estoy, y poco a poco, a medida que vayas ganando confianza y experiencia, ir mejorándolo con el tiempo. No olvides que «lo perfecto es enemigo de lo bueno«. Y muchas veces en la aspiración a hacer eso perfecto, dejamos de hacerlo «bien» o no lo hacemos y «más vale hecho que perfecto«.