Sebastián Domínguez se había ganado con su estilo un sillón en la TV. Podía comentar un partido de la Premier, hacerle la entrevista a Cavani donde confesó su idea de colgarse algún día del alambrado de la Bombonera o ser un columnista destacado de F90 en ESPN. Cerebral para desarrollar sus ideas -aunque en su carácter fuera más temperamental- el ex marcador central de Newell’s y Vélez era capaz de escuchar callado el acalorado debate durante 45 minutos y entrar en juego con una idea que hiciera pensar. Allí llegó a su punto de mayor exposición en los medios. Había logrado una zona de relativo confort. Aunque ya en esos días de 2020, o inicios del 2021, él sospechaba que en algún momento iba a querer cambiar de rumbo. No sólo por su espíritu competitivo que no decía. Una vez contó que por las mañanas, cuando salía a andar en bicicleta, si lo superaba una señora mayor él no paraba de pedalear hasta dejarla atrás…
Fue revelador, también, el detrás de escena de una entrevista que le hizo a Crespo, el brillante 9 de la Selección que peleó el puesto con el póster del enorme Gabriel Batistuta. «Estábamos hablando y, de repente, Hernán me frena. ‘Pará, cortá’. Yo pensé que le había hecho una pregunta incómoda. Entonces me tranquiliza. ‘No. Te paré porque ya vi que vos y yo somos muy parecidos. El día que te des cuenta que desde la tele contás la historia de otra persona, que no vas a poder interferir en lo que pasa, vas a sentir que te falta algo‘. Me quedó en la cabeza. Y desde ahí empecé a sentir que no estaba completo», me contó Seba Domínguez alguna vez. En noviembre de ese año se despidió del programa al aire. Casualidad de su destino, anunció que se sumaba justamente al cuerpo técnico de Crespo. «Ha sido un viaje muy lindo», dijo con los ojos vidriosos y se le apagó la tele.
La primera y gran experiencia fue en Qatar, en el Al Duhail, justo en el año del Mundial. Pudo seguir como hincha local la consagración de Messi, al que conocía de chico en Newell’s y alguna vez fue compañero en la Selección de Sabella. Después de un tiempo, entonces, Seba comprobó que el «olor a pasto» lo movilizaba, que era un combustible para su pasión como en los tiempos de pibe que quería ser futbolista. Y que quería comandar su propio cuerpo técnico. Iba a seguir los pasos de su papá, Quique Domínguez, el primer entrenador del capitán argentino en su querida Lepra… «Me di cuenta que me gusta más el campo que el trabajo de oficina. Necesito tener roce con el jugador y con el juego», blanqueó. Se separó en buenos términos de Crespo y esperó durante meses su primera oportunidad. En ese tiempo ratificó algunas ideas propias y leyó otras de entrenadores que respeta al máximo.
«Es verdad lo que dice Milito: en Argentina hay vergüenza por perder. Yo siempre tuve ese sentimiento. Perder y tener un error que te deje emparentado con la derrota es no salir a la calle, que en la mesa no se hable de fútbol. Una forma de vivir que no tiene lógica… Es importante combatir esa vergüenza. Es para escuchar lo que dice Gaby. El fue mi entrenador en Estudiantes. Hacé de cuenta que él me abrió la cabeza, me acomodó el cerebro y cerró la tapita de nuevo». Tuvo algunos llamados del fútbol colombiano que después quedaron en la nada, también interés de un par de equipos argentinos, uno uruguayo, hasta que llegó Tigre y el fantasma que más asusta: jugar por no descender. En los primeros días de abril asumió en un equipo y un club deprimido futbolísticamente después de la salida de un emblema del club como es Pipo Gorosito. El fin de semana, en su cancha, metió un batacazo: goleó 3 a 0 a Boca.
El triunfo no sólo es el más relevante de la corta carrera de Seba Domínguez como entrenador. Le otorga, además, visibilidad a su trabajo. Ya le había pasado en un gran primer tiempo el torneo pasado con River en el Monumental. Estudioso de la táctica, apasionado, pero también consciente del compromiso emocional que se debe generar con el jugador para tener un plus, Seba inició su camino en un equipo con pocos puntos, sin estrellas y con un grupo que se había acostumbrado a perder. Fue importante el respaldo dirigencial. Soportaron el primer tramo de partidos y colaboró con un mercado de pases con ingenio. Se mantuvo Cardozo como volante central y capitán, pero hubo cambio hasta de arquero. Se potenció Maroni, el 10 en la camiseta y el concepto. Hizo algún golazo Florián Monzón, el hijo de Pedro Damián, el central de Independiente que jugó en Italia 90. Aparecieron las proyecciones de Ortega en el lateral derecho. Sumó en defensa con Nehuén Paz. Se valoró a Tomán Galván, el volante formado en River. En fin, más equipo que nombres propios.
Así, Tigre hoy está en mitad de tabla: en el puesto 14 entre 28 equipos. Más difícil está en la tabla general, donde el arrastre inicial lo empuja al lugar 26 en la general. Se percibe fácilmente por qué significaría un respiro que se confirme que no habrá descensos…Aunque detrás de los números que suelen sentenciar hay un trabajo que los futbolistas valoran y, de a poco, también parte de la crítica y el submundo de las redes sociales. El equipo intenta jugar, se ven movimientos, se potenció a algunos jugadores. Por cuestiones de jerarquía no es súper confiable en el retroceso y, salvo contra Boca, debe generar muchas jugadas para llegar al gol. Tan real como que la mirada de todos los partidos -no sólo los que se ven en el prime time de la tele- dejan ver un manual de estilo. En el juego de las comparaciones, hoy Seba Domínguez parece el Fernando Gago que surgió imprevistamente en Aldosivi. Tal vez sin buscarlo le ganó a un posible espejo… Aunque él, como cuando se fue de la pantalla, quiere contar su propia historia.