Ajeno a los vaivenes editoriales del fin del mundo, el Billiken, un buda obeso que trae buena suerte, nunca supo que su nombre bautizaría la revista infantil más popular de la Argentina. Bueno, es una manera de decir. Para varias generaciones de argentinitos, la mía entre ellas, la disyuntiva era tan importante como la que plantea el fanatismo que se tenga por River o por Boca: uno era de Billiken, más piola y canchero, o de Anteojito, más ñoño y anticuado. Una vez por semana, papá o mamá llegaban del kiosco con la revista y a pesar de la promesa editorial (“¡El mejor material escolar!”), uno despegaba el regalito de tapa y se sumergía en las historietas o los concursos. Y si el regreso a esos años supone para algunos una memoria feliz, este libro integra la saga de obras que hacen bien: La historia de Billiken, de la académica inglesa Lauren Rea, que repasa “cultural infantil y ciudadanía en la Argentina, 1919-2019”, como dice el subtítulo, y que alumbra lo oscuro que escondía la revista entre sus tapas a todo color.
“Vos podés mostrar a los chicos de todo el mundo la verdad sobre nuestro país”, decía Billiken en pleno 1978 mientras pedía a sus pequeños lectores que envíen postales al extranjero para combatir “la campaña que existe en Europa contra nuestro país”. Las figuritas de los próceres, con recurrencia especial del padre del aula Sarmiento, compartían páginas con la efeméride escolar, el cómic de aventuras, el juego de ingenio o la historieta histórico-política. Por ejemplo, en “Hundimiento del Sheffield” se lee junto a una caricatura de la Dama de Hierro: “La primer ministro (sic) Margaret Thatcher queda muy perturbada al recibir la noticia”. Nacida en Sheffield, Inglaterra, Rea dedicó su carrera a investigar la inclusión en la educación con foco en la Argentina y aquí se deslumbró ante el lugar que ocupó Billiken en el inconsciente colectivo nacional (de)formando a generaciones de niños y niñas instruidos en las nociones de orden, aspiración y tradición. Apenas como testimonio, la tira gráfica sobre la familia tipo publicada en los años 50: “Papá sale, papá camina, papá pinta; Mamá barre, mamá cocina, mamá cose, mamá lava”.
En sus mejores épocas, Billiken llegó a vender medio millón de ejemplares por semana y el libro cita al niño de una remota región cafetalera de Colombia que, igual que aquel otro de Villa Urquiza, esperaba la llegada de la revista que se había convertido en su conexión con el mundo exterior (también se cuenta que el peruano Mario Vargas Llosa la leía religiosamente y que el mexicano Carlos Monsiváis aprendió a leer con una versión adaptada de La Odisea que apareció en la Biblioteca Billiken). Para sus detractores, la revista compartía el espíritu con otras publicaciones de la editorial Atlántida, como Gente, Para Ti o Somos, fervientes apologistas de las represiones. Siempre alineada a una perspectiva patriarcal y conservadora, formadora de pequeños derechos y humanos, una fuente de autoridad que enseñaba lo indiscutible: mientras Papá camina, Mamá barre.
¿Y el café?
En mi familia, lo que se tomaba antes de ir al colegio mientras la última Billiken se camuflaba entre los útiles escolares: el café con leche. Según la definición de diccionario (la revista fundada por Constancio C. Vigil siempre tuvo vocación enciclopédica), una bebida de espresso, leche y espuma de leche que generalmente se sirve en tazas de 240 mililitros, con una proporción de 5:1 o 4:1 entre la leche y el espresso y cuya capa superior de espuma de leche debe tener una altura de 12 milímetros. ¿Listos para ir a la escuela?