El hombre que hablaba con los ojos

Tal vez por su forma de hablar, por su cercanía o porque podía hacerlo con todos los sentidos, Francisco se transformó en el Papa más popular y carismático junto a Juan Pablo II. Tuve la oportunidad de estar cara a cara con él y, a través de su mirada, sentir que sabía todo.

Por Gastón Mastrolía

Abr 22, 2025

La mirada de Jorge Bergoglio, en ese momento ya convertido en el Papa Francisco, me movilizó todo el cuerpo ese 24 de septiembre de 2014. Yo no sabía hasta ese día que alguien podía hablar con los ojos, transmitirte tanta información con una mirada y contagiar esa paz que todos necesitamos en determinado momento. Y aunque en la Plaza de San Pedro había más de 50.000 personas pude sentir que le prestaba atención a mi dolor. Tal vez él también lo vio a través de mis ojos. O quizá tenía un poder real mucho más grande y sabía todo lo que pasaba por mi cabeza sin necesidad de que se lo dijera.

Está bueno contar el contexto para que se entienda la historia. En el año 2014, a un año de su asunción, había furor por este nuevo Pontífice en todo el mundo. Y ni hablar en la Argentina. Había muchos que viajaban para acercarse a él y nosotros, desde el marketing de la categoría Turismo Nacional, propusimos hacer lo mismo con las figuras del automovilismo. Programamos el viaje con anticipación y mi papá, que nos asistía en todo lo que podía, se encargó de comprar los pasajes y reservar la hotelería. Íbamos más de 30 personas y había un entusiasmo enorme. Hasta que unos meses antes del viaje, de manera inesperada, mi papá murió. Yo decidí bajarme. Por suerte para mí se armó una especie de cofradía entre los que iban al Vaticano para convencerme de que fuera. Tenía que hacerlo por él. Hugo Paoletti, presidente del TN en ese momento, me dio el ultimátum: «Si no vas vos, no voy yo», me dijo. Y él no podía faltar. Así que, casi contra mi voluntad, me subí al avión a Roma.

Hugo Paoletti entregándole un buzo antiflama al Papa Francisco.

Lo que viví desde que llegamos no lo puedo explicar con palabras. Había algo en el ambiente que me transmitía una tranquilidad única. Yo le iba pidiendo a mi «viejo» que tengamos la posibilidad de acercarnos al Papa porque había mucha expectativa entre los que viajaban y no queríamos fallarles a ellos. Lo que pasó fue una locura que solo resumiré en que nos sentaron a todos los del grupo en unas sillas al lado de donde Francisco daba su audiencia de los miércoles. Una persona de seguridad que hablaba en castellano nos dijo que esos lugares solo se reservaban para presidentes y reyes. Nadie entendía por qué estábamos ubicados ahí. Es el día de hoy que sigo sin entenderlo desde lo racional. Desde lo espiritual creí entenderlo. Sobre todo después de que el Papa terminó su discurso y vino caminando hacia nosotros.

Cuando llegó a mí, tocó la foto de mi papá que tenía en la mano, me puso la suya en mi cabeza y me habló con los ojos como no me habló nadie en mi vida. Sentí que sabía todo. Que conocía mi dolor, que conocía a mi papá, que quería decirme que me quede tranquilo que él estaba bien y muchos más «qué» que no se explican con palabras. Cuando se alejó me largué a llorar. Era de emoción, de alegría, no de tristeza. Todos se asombraron de que se hubiera detenido conmigo cuando los demás saludos habían sido con más rapidez.

El momento del encuentro con Francisco, único e inolvidable.

Esa acción hizo que quisiera pasar los dos días que me quedaban en Roma cerquita del Vaticano. Aunque me tilden de loco voy a contar lo que me pasaba: me sentía rodeado de ángeles y que caminaba al lado de mi papá en cada momento. Esas recorridas, más mi curiosidad periodística, me hicieron hablar con muchas personas que vivían allí. Como los guardias de la basílica, los puesteros que venden estampitas y medallitas, los comerciantes de la zona, fieles que llegaban de distintas partes del mundo… Y todos contaban historias incomprobables con detalles que las hacían super reales. Como que Bergoglio caminaba a la noche de civil por las calles y hacía entrar a personas indigentes a comer con él. O que les acercaba sillas a los de la guardia suiza para que no estuvieran parados todo el día. O que usaba zapatos viejos y rotos porque regalaba los nuevos que le llegaban.

Esas anécdotas y su carisma, según los puesteros, lo convirtieron en el Papa más popular de la historia junto con Juan Pablo II. Lo sostenían con las estadísticas de sus ventas. Había medallitas y estampitas con la imagen de todos los Papas. Y esas dos lideraban la taquilla por lejos. Lo mismo que las audiencias. Los dueños de los hoteles de Roma dijeron que el cambio de Benedicto por Francisco multiplicó las visitas por diez los días de audiencia. Las misas de 10.000 personas en la plaza pasaron a ser de 100.000 desde que llegó este argentino.

Tal vez tenga que ver con su forma de hablar. Con su cercanía. Con que podía hacerlo con todos los sentidos. Ayer nomás, antes de irse, lo hizo con la boca en la misa de Pascuas. Pidió libertad de pensamiento y tolerancia. «No puede haber paz sin libertad de religión, libertad de pensamiento, libertad de expresión y respeto por las opiniones de los demás”. Ojalá lo hayan escuchado la mayor cantidad de personas posible. Ojalá podamos entenderlo y transmitirlo. Aceptar a los demás, aceptarnos a nosotros mismos, aceptar lo que toca vivir. Aceptar sin hacer tantos cuestionamientos. Yo mismo me preguntaba hasta ayer por qué él había decidido no venir nunca a la Argentina en estos 13 años. ¿Por qué sí había ido a Chile, a Brasil, a Bolivia, a Paraguay y no acá? ¿Por qué debería explicarlo? ¿Por qué no tenemos la capacidad de aceptar lo que decide el otro sin cuestionarlo? Ni el Papa se libra de eso.

El mundo hablará por siempre de Jorge Bergoglio, el Papa argentino que cambió la historia de la iglesia. El que intentó acercarse a la juventud, a los marginados, a los más débiles. El que tenía respuestas fáciles para preguntas difíciles. El que hablaba simple. Con la boca y con los ojos.

Gastón Mastrolía

Es el director general de ADN+. Dedicó los primeros 20 años de su carrera al periodismo deportivo trabajando en Solo Fútbol, Goles, Olé y dirigendo la prestigiosa revista Corsa. Hizo un impasse en el periodismo para dedicarse al marketing, a la organización de grandes eventos y a escribir libros. Uno de ellos, la biografía de Marcos Di Palma, se convirtió en best seller por la cantidad de ejemplares vendidos. Vuelve como uno de los ideadores de este proyecto movilizado por un propósito de vida: darle buenas noticias a la gente y cambiar el estado de ánimo de la sociedad.

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