La sociedad de la nieve en pleno verano

Los argentinos atravesamos una crisis terminal y todavía no encontramos la fórmula para unirnos en función de la supervivencia. Los rugbiers uruguayos, otra vez en auge por la nueva película, podrìan servir como ejemplo.

Por Gastón Mastrolía

Feb 9, 2024

Quiero terner la claridad y la delicadeza para no ofender a nadie. Principalmente a las familias de los uruguayos que iban en el avión que se estrelló en la Cordillera de los Andes en 1972. Y también quiero aprovechar el boom de la nueva película que los homenajea, llamada La Sociedad de la Nieve, para hacer un paralelismo con lo que nos toca vivir a los argentinos. Al igual que la nave en la que ellos viajaban, la Argentina también está partida al medio. Somos 46 millones de personas sufriendo una tormenta aunque sin la fortaleza o la inteligencia que tuvieron ellos para unirse y lograr superarla. Quizá ellos sí entendían lo frágiles e indefensos que estaban.

Para lo que no conocen la historia (imagino que son poquitos), un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en la montaña con 45 personas (entre pasajeros y tripulaciòn). Después de 10 días se decidió terminar con la búsqueda de sobrevivientes y darlos por muertos. Sin embargo, 16 de ellos permanecieron vivos durante 72 días y lograron sobreponerse a las inclemencias del tiempo y a las muertes de amigos y familiares. Con una unión y fortaleza admirada en el mundo, ejecutaron un plan para sobrevivir y volver a casa. Hubo quienes debieron convertirse en líderes y todos tuvieron que tomar decisiones extremas. Y hay algo que nunca negociaron: la unidad y la esperanza de superar esa crisis.

El detrás de escena de “La Sociedad de la Nieve”

Claro que tuvieron diferentes puntos de vista en determinadas situaciones. Algunas de ellas tan limítrofes que casi ninguno de nosotros podría imaginar cómo resolverlas. Para sobrevivir, por ejemplo, debieron llegar al extremo de alimentarse de los cuerpos de aquellos que habìan muerto en el accidente (en muchos casos seres queridos). Lo hablaron, intercambiaron opiniones, se enojaron y al final llegaron a un acuerdo por el bien de todos. Tenían clara la meta y también entendían que todos se necesitaban para salir adelante.

Nosotros, los argentinos, no la vemos. Tenemos nuestra propia cordillera que nos está matando y, sin embargo, priorizamos nuestras diferencias antes que el objetivo. Pareciera que creemos que la discusión es más importante que la resolución. Buscamos aquello que nos desune en lugar de tratar de encontrar los puntos en común. Tal vez necesitaríamos ver la muerte de cerca como ellos para entender que salimos todos juntos o no salimos. Y la verdad es que está cerca en serio. ¿O los porcentajes de probeza, indigencia o desnutriciòn infantil no nos ponen mil metros por debajo de la nieve? Hay familias a las que les importa nada la discusiòn de kirchneristas y libertarios porque lo único que los ocupa es comer hoy. Y eso ameritaría que nos dejemos de romper las pelotas con cuestiones ideológicas (perdón por el exabrupto pero a veces hay que levantar la voz aunque sea en un teclado) y nos concentremos en lo importante. Y lo importante es salir vivos sin importar quién lidera.

Y hablando de líderes, ahí tenemos otra gran falla. Los principales referentes de nuestra nación parecen no estar a la altura. Porque deberían marcar el camino sin entrar en agresiones que solo corren el foco. Enciérrense en lo que queda del avión y solucionen sus problemas ràpido para poder concentrarse en los nuestros. Porque si no anda el ascensor del Congreso, si los clubes de fútbol deberían privatizarse o si querían tomarse vacaciones en enero es tan intrascendente para la mayoría como un «copito de nieve». Pónganse de acuerdo rápido para marcarnos el camino porque para eso fueron elegidos. Los rugbiers uruguayos contaron con referentes que le pusieron el pecho a la tormenta para sacarlos de ahí. No perdieron tiempo discutiendo nimiedades porque sabían que era de vida o muerte.

Si queremos utilizar ese ejemplo, de todos modos, también hay que tener una mirada positiva. La de ellos era que estaban vivos y eso les permitía soñar con un regreso. Y se sentían acompañados. Cada uno alentaba y colaboraba a su manera. Y lo importante es que todos querían lo mismo. Y ésa es la enseñanza más grande que deberíamos aprender. A los argentinos todavía nos cuesta darnos cuenta de que todos queremos lo mismo. Ninguna de las ideologías, ni las más extremas, están en desacuerdo con que los 46 millones tenemos que vivir dignamente. Y eso significa tener comida, salud, educación y seguridad. Podemos disentir en los detalles, en las formas, pero en el fondo estamos todos de acuerdo.

Ningún personaje de la película era más importante que el grupo entero. Ningún personaje nacido en este país es más importante que el conjunto. Milei y el Papa Francisco lo entendieron. El presidente lo había agredido verbalmente, el Sumo Pontífice lo había criticado aunque con menos ímpetu y ahora ambos decidieron juntarse a dialogar. Lo mismo deberían hacer Macri y Cristina, Patricia Bullrrich y Belliboni, Máximo Kirchner y Espert, y así podríamos dar cientos de ejemplos. Así demostrarían estar a la altura. Así todo el mundo podría empezar a creerles que lo que buscan es una salida conjunta para todos. Sé que el que lee esto está pensando que es un locura y que yo no entro en razones. A mí me parece una locura que dos argentinos no puedan sentarse a charlar sin agredirse.

Aunque la verdad es que comparar a los políticos argentinos, o a nosotros mismos, con los héroes de la Cordillera es una falta de respeto. Solo un ejemplo basta para entender las diferencias: ellos creían que un helicóptero era el mayor símbolo de felicidad.

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